El mercader recolocó una de las
piedras de su tenderete que se había volcado tras el paso de un camello.
Comerciaba con rocas de colores llamativos que encontraba en sus largas
caminatas por el desierto.
Hacía un calor abrasador, a pesar
de los toldos que cubrían las calles del mercado, y Jasim se levantó ligeramente
el turbante para refrescar su cabeza.
Una pareja se acercó a su puesto
y la mujer cogió una de las piedras con cuidado.
- ¿Cuánto por ella? –le preguntó.
- Son veinte dírhams –le contestó
Jasim.
- ¡Veinte dírhams! –exclamó el
hombre que la acompañaba-. Es demasiado por una piedra.
- No es una piedra cualquiera –le
dijo Jasim-, esa piedra en especial guarda una dolorosa historia detrás. ¿Le
gustaría conocerla?
- Claro –le respondió la mujer
con una sonrisa.
- En el país vecino –comenzó a
narrar el comerciante-, el sultán decidió que era el momento de que su hija, la
princesa Ameera, contrajera matrimonio. Para encontrar al mejor pretendiente,
organizó una lujosa recepción entre los más acaudalados hombres del país para que
pudieran conocer a la princesa. Aquel que tras la recepción estuviera
interesado en contraer matrimonio con ella, debería hacerle llegar un regalo, y luego ella elegiría
entre todos los presentes el que más le gustara.
“Pero durante la recepción, la
princesa se fijó, no en uno de los acaudalados hombres de negocios, sino en uno
de los camareros que servían el cóctel. Se quedaron profundamente enamorados el
uno del otro y el joven camarero le prometió a la princesa que le mandaría el
regalo más bello de todos.
“El joven invirtió todos los
ahorros que había acumulado durante su vida en comprar el collar más hermoso que la princesa hubiera
visto y lo hizo llegar a palacio. Sin embargo el sultán, que tenía ojos y oídos
en todo el país, se enteró de la promesa hecha por el camarero, y no podía
permitir que su joya, su única hija, se casara con un pobre camarero, así que cogió
el collar del joven y mandó que lo hacieran desaparecer.
“Cuando la princesa buscó entre
los regalos de los pretendientes, no encontró ninguno que llenara su corazón
como había esperado. Buscó con la mirada a su padre y él se acercó con rostro
compungido.
“- Lo siento hija mía -le diijo-, pero el
regalo que esperabas no ha llegado. Al final el joven se arrepintió de su
promesa.
“A la princesa se le partió el
corazón, sus ojos comenzaron a llorar y nunca más pararon.
El comerciante hizo una pausa
antes del alegato final.
La mujer se quedó encantada con
la historia que había detrás de la piedra, y pagó con
gusto los veinte dírhams que pedía el comerciante.
Jasim guardó las ganancias y
volvió a levantarse el turbante para airear su abrasada cabeza.
Una niña se acercó corriendo a su
puesto y agarró otra de sus piedras para enseñársela a su madre, que venía
detrás.
- ¿Cuánto por ella? –preguntó la
madre.
- Son veinte dírhams –le contestó
Jasim.
- ¿No podríamos dejarlo en diez? –regateó.
- Es que ésta no es una piedra
cualquiera –le dijo Jasim-, es una piedra especial que guarda una dolorosa
historia detrás. ¿Le gustaría conocerla?