martes, 17 de junio de 2014

Asesinato en la escalera

El cuerpo estaba tirado bocabajo a los pies de la gran escalinata. Tenía el cuello girado en un ángulo imposible y resultaba evidente que la muerte se había producido al despeñarse por las escaleras.

El inspector René Candau, de la Policía científica, se fumaba un pitillo apoyado en la jamba de la puerta mientras sus compañeros hacían fotos y recogían pruebas. Expulsaba el humo en densas bocanadas mientras miraba distraído a las personas que estaban en la casa en el momento del accidente. Los habían puesto en fila delante de una de las paredes del gran recibidor.

Entrecerró los ojos y los analizó durante el tiempo que le duró el cigarro. El ama de llaves, sesentona y pasada de kilos; el chico encargado de los jardines y su mujer, un matrimonio joven procedente de Italia; el cocinero, un tipo deprimente de aspecto enfermizo; el mayordomo, un señor enjuto aunque de rostro afable; y la joven y despampanante viuda que lloraba desconsolada, manchando de caro maquillaje un pañuelo de seda.

El becario que tenían de prácticas llegó en el momento en el que René aplastaba el cigarro bajo sus mocasines impecables.

- Perdón por el retraso -dijo casi sin aliento-, me he perdido al llegar.
- Llegas tarde -le contestó René-. Aquí ya está todo el pescado vendido.

Le gustaba hacer uso de frases hechas y expresiones coloquiales para desmostrar a su audiencia que, a pesar de que no había conseguido suavizar su marcado acento francés, dominaba el idioma a la perfección.

- Un accidente, ¿no? - preguntó el becario mirando la escena un poco por encima.
- No puedes estar más equivocado, mon ami. Asesinato.

El chico puso cara de póker y siguió al inspector que se aproximaba a la fila de sospechosos.

- El mozo de la piscina -dijo señalándole con disimulo para evitar que los oyeran-, ¿ves esa marca roja en el cuello de su camisa?

El becario asintió prestando atención a la casi imperceptible mancha que embonorraba la camisa blanca del uniforme de servicio.

- Es de pintalabios, ¿de su mujer? -negó con la cabeza autocontestándome-. No desaparece con los lavados, es de un pintalabios demasiado caro para ser de su mujer. Es de la viuda. Mantenían una aventura, de eso no hay duda.
- ¿Entonces lo mató ella? -preguntó casi afirmó el becario, pero René negó sin cambiar su gesto austero- ¿Él? -probó otra vez con menos seguridad.

René volvió a negar y señaló al cocinero.

- Mira su aspecto -le dijo-, dedos amarillos de fumador, uñas mordidas, barba de tres días.  Apostaría a jugador de póker, tal vez blackjack, endeudado hasta las cejas y perseguido por mafias.
- Eso no lo convierte en asesino -le contradijo el becario.
- Más bien ella lo convirtió en asesino -dijo señalando a la viuda-. Le prometió saldar sus deudas si le libraba del vejestorio de su marido para poder quedarse con su pasta y con el mozo italiano.
- ¡Qué retorcido! -se quejó el aprendiz que envidiaba la capacidad deductiva de su maestro.
- Así es la naturaleza humana -dijo el inspector René sacando otro cigarrillo de su paquete de PallMall.

4 comentarios:

  1. Este becario está un poco verde, me parece que René le va a tener que dar clases extra.

    Saludos.

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  2. Menudo giro inesperado la verdad. Me habría gustado una descripción inicial de los personajes a ver qué pensaban y cómo actuaban y no tan superficial, para ser los sospechosos, pero aún así me ha gustado mucho. El becario va a tener que fijarse más si quier pillarle el ritmo a su amigo francés jajaja
    Un besín :)

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    1. Gracias, linda!! Sí, la verdad es que se me ha quedado un poco coja la descripción de los sospechosos, me lo apunto para la próxima!! ;)
      Un besito y gracias por pasarte :)

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