miércoles, 27 de agosto de 2014

Entre reflejos


Sucedió de la noche a la mañana, sin un aviso previo o una señal que marcara el comienzo. Aunque ahora que lo pienso, puede que la señal fuera él.

Un día, cuando sacaba al señor Tomas de paseo, entré en el ascensor y los espejos enfretados de las paredes me devolvieron un mosaico infinito de "yos". Sabeís a lo que me refiero, ¿no? El reflejo de una imagen saltado de un espejo al otro hasta el infinito.

Pues en uno de los últimos reflejos que la vista es capaz de distinguir con cierta nitidez, vi un hombre apostado detrás de mí. Por raro que parezca, no me sobresalté, simplemente me pregunté qué era lo que significaba.

Hasta la Navidad de aquel año, el hombre permaneció en el último reflejo de los espejos, impasible al tiempo, y me acostumbré tanto a su presencia que llegué a ignorarlo. 

Pero con el nuevo año su reflejo se extendió y cubrió tres más. Fue entonces cuando conseguí diferenciar su indumentaria negra, su rostro pálido y de expresión serena, sus ojos negros como abismos de oscuridad... Pronto comprendí lo que esa visión presagiaba y recé para que dejara de avanzar entre reflejos.

Durante dos meses se mantuvo inmóvil, cada vez que bajaba al señor Tomas observaba su reflejo sereno, aguardando paciente. "No hay prisa", decía su expresión. Yo, por alguna razón, no experimentaba temor al verlo pues su figura transmitía paz y sosiego.

Entonces su avance aceleró. A comienzos de verano tan solo dos de los reflejos estaban libres del hombre de negro. Tomas también lo veía, y lo ladraba sin cesar nada más entrar en el ascensor.

Y por fin llegó el día, consumió todos los reflejos. Aunque físicamente no estaba a mi lado, podía verlo en todos y cada uno de los reflejos y, lo que era peor, podía sentir su presencia como un gélido aliento respirando en mi cara. Supe que aquella sería mi última noche.

Hice unas llamadas, dejé una carta de despedida y me aseguré de que alguien cuidara de mi Tomas cuando yo ya no estuviera. Cerré los ojos y dormí.

La nueva mañana entró en mis pulmones con una bocanada de aire fresco, regenerador. ¿Por qué seguía allí? No comprendía lo que había ocurrido... Aquel hombre de negro venía a por mí, a reclamar mi tiempo, estaba segura.

Salí rápidamente al ascensor y miré mi reflejo. Estaba limpio, el hombre de negro se había esfumado.

Entonces me di cuenta con temor que el señor Tomas no me había seguido hasta el ascensor, no me había despertado aquella mañana con gruñidos de hambre... Y comprendí con cierto alivio y tristeza, que no era mi muerte la que había estado viendo saltar entre reflejos.

lunes, 18 de agosto de 2014

Happy Endings?


Rodeó la esquina de la mesa y se plantó ante mí. Extendió la mano izquierda y me levantó la barbilla con aspereza hasta que nuestras miradas se alinearon. Sus ojos azules eran fríos como carámbanos de hielo.

"Es la Reina de las Nieves", pensé con cierto temor. "Intentará congelar mi corazón."

- El médico ha dicho que es una niña sana -le dijo el señor apostado detrás de mí, el mismo que me había recogido en casa y que había confundido falsamente con el cazador de Blancanieves. Ahora, sin embargo, estaba segura de que era un lacayo más de la Reina de las Nieves.

Sin apartar su mano ruda de mi barbilla, me obligó a inclinar la cabeza y revisó mi pelo, asegurándose de que no estaba infectada de ningún parásito que pudiera contagiar a los demás niños. Yo le habría podido decir que mi madre había sido la Princesa de Nunca Jamás, y que siempre se había preocupado por mi higiene y por mi ropa, pero preferí no hablar y dejar que sus helados dedos inspeccionaran cuanto quisieran.

- Me la quedo -dijo la Reina de las Nieves. Sacó de un cajón una bolsa mugrienta que, a juzgar por el tintineo, contenía monedas.

"Son monedas de oro", pensé. "Es el pago acordado por recolectar súbditos".

Tras despachar al lacayo, me agarró con fuerza del brazo y me condujo a una habitación oscura donde se apilaban hileras de camas que se perdían de vista al fondo de la sala.

- Bienvenida a tu nueva casa -me dijo sin un atisbo de caridad humada.

Y así fue como, de la noche a la mañana, pasé de ser Blancanieves a convertirme en Oliver Twist.


miércoles, 13 de agosto de 2014

De otro planeta


Abordaron la tierra en son de paz, dijeron, y la verdad es que aunque sus costumbres no tenían nada que ver con las nuestras, nunca mostraron ansias de conquista. En la parte terrícola, se consiguió mantener a la población a raya, en un estado de calma tensa, hasta que decidieron marcharse.

A él, tanto visitante inesperado del espacio exterior le traía sin cuidado. Lo que en realidad le perturbaba y le impedía dormir por las noches eran sus enormes ojos negros, su sexto dedo del pie, su malsana obsesión por todo lo que oliera a electrónica; en resumen, era lo mucho que se parecían a él…


Le comenzó a remorder la conciencia, ese bichejo molesto que mordisquea por encima de la nuca. Quizás su madre no mentía después de todo, quizás no había sido todo una alucinación inducida por el alcohol... tal vez la había encerrado tontamente en un manicomio...

jueves, 7 de agosto de 2014

La bestia del Norte

La bestia estaba fuera. No sabíamos de dónde provenía ni cómo había llegado hasta nuestra aldea, pero sabíamos que se alimentaba de carne humana y que, aunque tenía apariencia de hombre, sus ojos no lo eran.

Hablaba en francés con una voz hueca, como si su boca sólo fuera el transmisor de un lamento que procedía del más oscuro de los abismos.

- Está frente a la casa, Ginés -me dijo mi hermano con la cara desencajada por el pánico. Se había asomado entre los tablones que teníamos a modo de contrafuerte sobre puertas y ventanas y debió de verlo allí apostado bajo la lluvia y el fuerte viento que arreciaban.

- Apártate de la ventana, Eduardo -le dije-. No puede entrar, ¿vale? Hemos atrancado todos los accesos.

Un trueno retumbó con furia en el exterior y todas las luces de la casa vibraron hasta apagarse. El salón quedó sumido en una oscuridad casi absoluta, tan solo rota por los pequeños haces de luz que se filtraban desde las farolas de la calle.

- ¡Oh, Señor! -escuché gimotear a mi hermano.

Intenté mantener la calma por él, por los dos, pero el corazón bombeaba en mi pecho a velocidad frenética y me temblaban las manos.

La silueta de la bestia se proyectó en la pared del salón a través de las rendijas de los tablones. Estaba justo frente a una de las ventanas.

- No puede entrar -repetí cada vez con menos convicción.

Había sido testigo con mis propios ojos de su portentosa naturaleza, de su fuerza y su rapidez sobrehumanas. En mi fuero interno sabía que si quería entrar, encontraría la manera.

Entonces la bestia desapareció de la ventana, su sombra se esfumó de la pared. Le siguieron unos instantes de calma tensa en los que reinó el silencio. Mi hermano se acercó a mí y me cogió del brazo, fue en ese momento cuando comenzamos a escuchar unas pisadas en el tejado.

Comprendí demasiado tarde lo que se proponía. Aparté a mi hermano de un empujón y así con fuerza uno de los candelabros que adornaban la mesa del salón.

Por la chimenea cayeron pedazos de ladrillo y piedra y después se asomaron sus ojos, sus horribles ojos de serpiente colgados boca abajo como un vampiro. Gritó al vernos y se abalanzó, con velocidad de vértigo, no sobré mí como esperaba, sino sobre mi hermano que yacía en el rincón más alejado, donde yo le había empujado.

- ¡No! -grité mientras corría hacia ellos con el candelabro en alto, preparado para ser descargado sobre la cabeza de la bestia.

Mi hermano soltó un alarido y, en mitad de mi carrera en la penumbra, tropecé con una de las sillas del comedor y caí al suelo. Mi arma salió despedida y chocó contra una de las paredes. Desarmado, intenté levantarme a pesar de la palpitación dolorosa que me latía en la espinilla.

Entonces la luz volvió, y al contemplar la escena perdí la razón. Mi hermano guardaba un as en la manga, un as en forma de cuchillo que había clavado en el vientre de la bestia. El infernal engendro se desangraba en el suelo sin moverse, como un saco vacío; sus ojos volvían a ser humanos.

Sin embargo, mi hermano... ¡ah, mi hermano! Al mirarlo caí al suelo y enloquecí. Sus ojos estaban desfigurados como los de una serpiente.

- Mon frère -me dijo en perfecto francés a pesar de no haber dado una clase en su vida-. Maintenant, je suis la destruction et la mort. 

miércoles, 6 de agosto de 2014

Ruidos nocturnos


Era la primera noche que pasaban en el piso que acababan de alquilar. Era un precioso ático en pleno barrio de Salamanca, y les había salido tirado de precio solo por la estupidez de que a la antigua inquilina se la había cargado su ex novio en el baño tras un ataque de celos.

Su novia se acurrucó contra su pecho en busca de calor. Las ventanas eran un poco viejas y no aislaban bien del frío exterior. Un mal menor que discutiría con el casero...

Un débil ruido comenzó a escucharse en todo el piso. Sonaba como si un pájaro picoteara una superficie dura, de forma constante y monótona. A ratos cesaba, a ratos volvía, siempre con la misma débil intensidad y el mismo ritmo.

- ¿Qué suena, cariño? -le preguntó ella en un susurro, casi dormida.

- No sé -le respondió-. Es probable que sea el espejo del baño contrayéndose después de apagar la luz.

A ambos les valió la respuesta y se quedaron dormidos mientras el sonido del picoteo se diluía en sus subconscientes.

A las 7.00 de la mañana el despertador los arrancó del sueño. Como siempre ella se levantó primero mientras él disfrutaba unos minutos más de toda la amplitud de la cama, pero esta vez no tuvo tiempo de regodearse en el hueco caliente que ella había dejado, su grito le levantó de golpe.

Salió al recibidor y la encontró con las manos en la boca mirando paralizada al interior del baño. Él se acercó despacio y miró por encima de su hombro. Tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no gritar también.

Los azulejos blancos del baño estaban cubiertos de goterones rojos, como si las juntas lloraran sangre; pero sin duda lo más sobrecogedor de la escena era el mensaje escrito en el espejo. Estaba picoteado sobre su superficie, como esculpido con un cincel.

"Esta es mi casa. Marchaos."