domingo, 15 de junio de 2014

Soldado frente a la Muerte


El soldado se detuvo un instante ante las puertas de la fortaleza con el sol poniéndose a su espalda.

Sabía que llegaba tarde, pues la nota de auxilio había sido escrita un mes atrás, pero le había sido imposible regresar antes debido a las inclemencias del tiempo que azotaba la región.

Supo que algo iba rematadamente mal en cuanto cruzó los portalones de la muralla.  El jolgorio y el transitar de gente habituales en la ciudadela habían sido sustituidos por un abrumador silencio y una quietud insólita.

Caminó por la solitaria calle adoquinada escuchando el eco de sus propias pisadas sobre la piedra. Las casas estaban vacías y las puertas y contraventanas se batían ferozmente empujadas por el viento. Un casco pasó rodando junto a él calle abajo. Le pareció distinguir manchas de sangre reseca sobre su superficie metálica, pero bien podría haber sido lodo o barro.

Echó la mano hacia la empuñadura de su espada por instinto. No había ningún indicio que le hiciera temer un enfrentamiento, pero sentía en sus huesos la tensión que se acumulaba en cada uno de los rincones de la ciudadela.

El sol se ocultó de golpe y las calles quedaron en penumbras.

Un grito desgarrador partió el silencio y lo hizo estremecerse hasta la médula. Desenvainó su espada y corrió calle arriba hacia el origen del sonido.

Llegó a una plaza desierta donde se pudrían los restos de comida del último mercado, aún despachados sobre los mostradores. Parecía como si todo el mundo se hubiera esfumado de golpe.

De uno de los tenderetes se elevó una sombra. A juzgar por su tamaño el soldado dedujo que se trataba de una niña pequeña. Se acercó hasta él tambaleándose como si necesitara ayuda. Habría corrido a socorrerla de inmediato sino fuera porque vio que avanzaba con la garganta desgarrada y uno de los brazos colgando de los tendones.

No podía ser que caminara, el soldado estaba paralizado  por el miedo, con esas heridas debería estar muerta.

Por una de las calles de acceso a la plaza apareció un hombre. Llevaba armadura igual que él y eso le dio la confianza que necesitaba.

- ¡Eh, amigo! –le gritó-. ¿Qué ha pasado aquí?

Cuando se volvió hacia él vio la flecha clavada en su cabeza que le atravesaba de lado a lado.
- ¡Oh, Jesús! –gimió el soldado.

Lo que allí estaba ocurriendo solo podía ser obra del diablo. Se santiguó dos veces seguidas y giró sobre sus talones para salir corriendo de aquel lugar maldito pero, al enfrentar de nuevo la calle, vio una decena de ojos rojos que lo observaban con ansiedad. Olían a vísceras y a muerte.

Sus bocas se abrieron de par en par emitiendo un siseo estremecedor y el soldado comprendió que no saldría con vida de aquel lugar.

5 comentarios:

  1. ¡Qué siniestro!
    La verdad es que ha sido un relato triste desde el principio y me imaginaba por dónde iban a ir los tiros, ya me lo dejabas dicho, un mes de retraso desde la llamada de auxilio...
    Pero sin duda alguna el final ha sido estremecedor, pobre soldado... Me temo que ya no queda mucho de él.
    ¡Espero leerte de nuevo pronto! :)
    Un besín.

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    1. No, no creo que quedara mucho de él... Gracias por tus palabras Gema!! Creo que nos leeremos en breve ;)

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  2. Genial!!! Ha ido creciendo la inquietud y el temor con cada frase. Al final he notado hasta escalofríos...
    Me ha encantado!
    Un saludo!

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    1. Mil gracias Ramón!! Me hace mucha ilusión tu comentario! Un saludo!!

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  3. Wow otra obra tuya y as cautivado mi atencion y admiracion . Buenisimo

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