lunes, 12 de enero de 2015

2. Dizzie, el gato

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2.  Dizzie, el gato.

Casasviejas era un pueblo asentado al borde de un acantilado. En el punto donde la tierra se precipitaba hacia el abismo se alzaba una estrecha barandilla metálica de un metro y medio de altura. Abajo las olas rompían con furia sobre las rocas levantando espesos cortinajes de espuma.

Daniel avanzaba un par de pasos por delante de su madre, acariciaba los barrotes de la barandilla con la mano mientras mantenía la vista fija en el horizonte, intentado discernir la línea que separaba el cielo del mar. De vez en cuando una ola rompía con demasiado ímpetu y el agua le salpicaba en la cara.

- En el otro cole nos dijeron que había dragones y monstruos marinos al otro lado de esa línea –le gritó a su  madre para hacerse oír a través del fuerte viento que soplaba.

- Eso es lo que se creía antiguamente, cariño –le dijo Eleanor-, pero ahora ya sabemos que tras esa línea solo hay más y más mar, y mucho más allá, está la costa de otro país; así que es imposible que te dijeran eso en el cole.

- ¿Y los dragones donde viven entonces? –dijo Dani.

Su madre le agarró de la mano y lo hizo girarse a la vez que ella se agachaba para mirarlo directamente a los ojos.

- Los dragones no existen, Daniel –la mano que le sujetaba temblaba crispada-. No quiero que me llamen más veces tus profesores porque has tenido peleas por ese tema, ¿me has oído?

- Pero Dizzie el gato me dijo…

- Dizzie el gato tampoco existe –le interrumpió esforzándose por no gritar-. Ya eres mayor para saber que los gatos no hablan.

- ¡Pero mamá, yo lo he visto! –se quejó al borde de las lágrimas.

- ¡Ya basta, Daniel, o nos volvemos a casa! –fue el ultimátum de Eleanor.

El chico agachó la cabeza y un par de lágrimas gotearon directamente al suelo donde se mezclaron con las lágrimas del mar.

Le daba igual lo que su madre dijera, él sabía lo que había visto y oído. Estaba dispuesto a renunciar a las mentiras y a las peleas pero no a Dizzie. Dizzie era tan real como ella o como él, y las historias que le contaba tenían tantos detalles que era imposible que fueran inventadas; además los gatos montañeses no sabían mentir, era una característica propia de los de su raza.

Sin embargo se resignó y acató la orden de su madre, no quería que se enfadara ni que se pusiera triste de nuevo, su propósito era hacer todo lo posible para que fuera feliz.

Continuaron caminando por la estrecha acera adoquinada paralela al Cantábrico. Una furgoneta negra pasó zumbando a su lado y copiloto giró la cabeza para mirarles, o eso creyó Daniel, pues llevaba unas gafas de sol de montura roja. Tenía la piel muy pálida y sus labios eran dos finas líneas trazadas con un lápiz duro.

El vehículo se alejó repiqueteando sobre el asfalto irregular.

El paseo junto al mar terminaba en una pequeña ermita de piedra con un campanario conquistado por gaviotas. Su graznido le resultó perturbador a Daniel, parecía que gritaban para echarles de allí advirtiéndoles que no profanaran su santuario.

A la puerta del templo un señor pasado de kilos y entrado en años barría sin mucho esmero las escalinatas manchadas con los excrementos de las aves. Al oírlos pasar alzó la cabeza y mostró una sonrisa de dientes torcidos.

- Buenas tardes, hija –le dijo a Eleanor sin molestarse en mirar al chico-. Sois los nuevos vecinos de la Comunidad, ¿verdad? Eres la chica que va a trabajar en el bar de Gabriel.

La mano de Elenanor que sujetaba la de Daniel apretó con más fuerza, como un acto instintivo ante una señal de peligro.

- No se sobresalte, hija –le dijo el sacerdote-, pronto se dará cuenta de que en este pequeño pueblo no hay secretos para nadie. La gente de por aquí es buena y generosa como ninguna, pero se pirran por cualquier cotilleo.

Bajó los escalones hasta la calle y le tendió una mano nudosa a Eleanor.

- Soy Basilio, el párroco de Santa Cecilia.

- Eleanor –se presentó forzando una sonrisa-. Él es mi hijo Daniel.

- Encantado, señorito –le dijo despeinando su pelo rubio con la mano, pero el chico mantenía la vista fija en las gaviotas de la torre y apenas le hizo caso.

El sacerdote siguió su mirada hacia el campanario.

- ¿Te gustan los pájaros, pequeño Daniel? –le preguntó.

- Esas gaviotas no demasiado –le respondió muy serio sin apartar los ojos de ellas-. Parecen gritar para que nos alejemos.

Basilio soltó una carcajada.

- Pero esta es la casa del Señor –le dijo-, no tienen ninguna autoridad aquí. En la iglesia puede entrar todo el que quiera pedir perdón por algo malo que haya hecho.

El niño sonrió contagiado por la carcajada del párroco. Le había caído bien. A pesar de la negativa impresión inicial, había viveza y calidez en su voz.

- ¿Cree usted que existen los dragones, padre? –le preguntó.

- ¡Daniel! –le reprendió su madre dándole un tirón de la mano- ¿Qué es lo que te acabo de decir sobre ese tema?

Sin embargo el párroco volvió a sonreir.

- No sea tan dura con él, Eleanor –le dijo con suavidad, y después se agachó junto a Daniel. Sus rodillas crujieron igual que un palo seco al partirse-. Pásate un día por aquí y te contaré la historia de San Jorge y el dragón, ¿de acuerdo?

El chico se soltó de su madre y aplaudió entusiasmado.

- Usted también puede venir cuando quiera –le dijo a Eleanor incorporándose-. Los domingos a las doce celebramos una pequeña homilía en honor del Señor. Acude casi todo el pueblo y es una buena ocasión para ir conociendo a los vecinos.

- Gracias, Basilio. Lo pensaré.

Hacía años que Dios no formaba parte de la vida de Eleanor, todas las piedras puestas en su camino le habían hecho cuestionarse su existencia, pero Daniel conocía lo suficiente a su madre como para saber que no mentía cuando había dicho que lo pensaría. A pesar del susto inicial, a Eleanor también le había caído bien el sacerdote.

- Que tenga una buena tarde –se despidió mientras tiraba de Daniel para continuar su camino.

El niño se volvió y agitó la mano para despedirse del sacerdote y él le correspondió con el mismo gesto.

Arriba, en el campanario, las gaviotas seguían gritando pero ya presentaban un aspecto menos amenazador.


El colegio era un edificio blanco de dos plantas situado en mitad de un prado verde. Había columpios y toboganes ensartados en la hierba por toda la explanada, como árboles coloridos a los que no hacía falta regar.

En la fachada principal habían pintado un gran arcoíris con diferentes animalitos y hadas jugando bajo él. Sobre la puerta se leía “Escuela Secundaria” en un cartel amarillo.

- ¿Qué son esos caballos con un cuerno en la cabeza, mamá? –preguntó Daniel señalando uno de los dibujos de la pared-. Nunca he visto uno de esos.

- Son unicornios –le respondió mientras sobrepasaban el límite de la propiedad y se adentraban en la pradera.

Daniel, acostumbrado al duro asfalto de la ciudad, sintió como si caminara sobre una alfombra de pelo suave y mullida.

- El motivo por el que nunca has visto ninguno –continuó su madre- es porque tampoco existen, al igual que los dragones.

- Pero no lo entiendo, mamá. Si la gente los dibuja es porque alguien ha tenido que ver uno alguna vez, si no los hubiera visto nunca nadie ¿cómo podrían dibujarlos?

Eleanor suspiró antes de responder, quizás para coger fuerzas o quizás para tranquilizarse y evitar la desesperación.

- Hay gente con mucha imaginación, hijo, que se inventa cosas que luego escribe o dibuja. Si son bonitas y originales se extienden rápidamente y acaban siendo conocidas por todo el mundo. Yo misma podría dibujar un elefante con orejas de conejo pero eso no significaría que existiera.

Daniel rio divertido ante la ridícula imagen que apareció en su cabeza.

- Pero eso no sería bonito –le dijo con la sonrisa aún en la boca-, sin embargo el unicornio… es tan hermoso.

Quienquiera que hubiera hecho aquel dibujo era un magnífico pintor. El animal, de color plateado y crines gris ceniza, estaba representado a tamaño natural y se elevaba encabritado sobre unos potentes cuartos traseros. Su cuerno se erguía torneado desde la frente hacia el cielo y en la punta habían dibujado un destello dorado como el sol.

Algo tan magnífico tenía que ser real.

- Volvamos a casa –dijo su madre a medio camino entre la entrada de la parcela y el edificio.

- Pero yo quiero verlo de cerca –insistió Daniel.

- Ya tendrás tiempo de verlo todos los días. Es tarde y está anocheciendo.

***
Eleanor lo ayudó a ponerse el pijama y a meterse en la cama. Levantó ligeramente el colchón y atrapó las sábanas bajo él para impedir que se descolocaran en plena noche. Después le dio un beso en la frente y le atusó el pelo.

- Dulces sueños, cariño. Espero que duermas bien en tu nueva cama.

- Dulces sueños para ti también, mamá.

La mujer apagó la luz de la habitación y entornó un poco la puerta al salir, lo justo para poder escuchar a su hijo si la llamaba durante la noche.

Dani se giró hacia la ventana y descubrió sobre el alfeizar una silueta oscura recortada a la luz de las farolas. Los ojos le brillaban como dos focos de luz verde y se relamía los colmillos con una lengua áspera y blancuzca.

- ¡Dizzie! –ahogó el grito- ¿Cómo has llegado hasta aquí?

El gato, absolutamente negro como la noche, golpeó con una pata el cristal de la ventana y maulló con apremio.

El niño se levantó de un salto, deshaciendo el abrigo de sábanas que su madre había construido, y abrió lo suficiente la ventana para que el animal pudiera entrar. Una ráfaga de aire helado se coló junto al gato y bajó un par de grados la temperatura de la habitación.

- ¡Qué frío hace en esta tierra! –se quejó el felino. Tenía una voz demasiado grave para llamarse Dizzie, eso fue lo primero que pensó Daniel cuando lo conoció, pero ya se había acostumbrado al tono sereno y místico del gato.

Saltó a los pies de la cama y sentó sus cuartos traseros encima de la colcha azulona. Daniel volvió a meterse entre las sábanas descolocadas.

- ¿Cómo me has encontrado? –le preguntó con el corazón saltándole de alegría.

- Soy un gato montañés –le respondió-, tenemos multitud de recursos.

El animal recorrió la habitación con sus ojos refulgentes mientras su cola ondulaba a cámara lenta.

- ¿Qué hay en todas esas cajas? –preguntó reparando en la pila de enseres que aún no habían sido desempaquetados y que yacían amontonados en un rincón del dormitorio.

- Son las cosas de la otra casa. Mi madre dice que las iremos sacando poco a poco, según las vayamos necesitando.

- Ah, la señora Eleanor –dijo con un suspiro que pareció nostálgico-. ¿Qué tal se encuentra?

- Triste –le respondió Daniel cuyo ánimo se había ensombrecido de pronto-. Sigue pensando que me invento cosas.

- ¡Bah! –dijo Dizzie acompañándolo con un gesto de indiferencia-. Tu madre es una persona adulta, nunca llegará a comprenderte. Lo que tienes que hacer es dejar de hablarle de mí y así ella no volverá a preocuparse.

Comenzó a lamerse la pata y el hueco entre las uñas, afiladas como garfios. El sonido de su rugosa lengua era similar al del papel de lija sobre la madera.

- Pero es mi madre –se quejó Daniel-, y no quiero mentirle más ni que esté triste.

El color de los ojos de Dizzie cambió de verde a amarillo y su pupila se contrajo hasta no ser más que una fina lámina negra. No era la primera vez que Daniel observaba aquella transformación y no le gustaba en absoluto porque le recordaba a los ojos de las serpientes.

- Es una pena que pienses así –le dijo-, porque entonces ya no podré presentarte al Unicornio que he conocido esta misma tarde.

- ¿Al Unicornio? –preguntó Daniel inclinándose de golpe hacia el gato.

- Sí, sí, un Unicornio –sonrió Dizzie mostrando todos sus colmillos-. Me ha dicho que tal vez hayas visto el retrato que le hicieron sobre la fachada del colegio.

El niño asintió boquiabierto.

- Si eres bueno y prometes no hablar de mí ni de él con nadie, tal vez pueda presentártelo.

- Te lo prometo, Dizzie, te lo prometo. Seré bueno.

El gato sonrió aún más hasta que sus bigotes casi rozaron sus orejas. No era una sonrisa agradable, pues sus ojos de reptil le daban un aspecto siniestro y amenazador.

Entonces se escuchó un crujido lastimero, abajo en la calle. Dizzie saltó en la cama y se le erizó el pelo del lomo.

Daniel se levantó despacio y se acercó de puntillas a la ventana. No le dio tiempo más que a escuchar los últimos pasos de alguien en el patio de la casa de al lado y un destello amarillo desapareciendo tras la sombra del edificio. La puerta de la verja aún se mecía emitiendo aquel desagradable quejido.

Dizzie, que había saltado al lado de Daniel, olisqueó el fino hilo de aire que se colaba entre el marco de la ventana y la pared.

- Huele a Bambala –susurró. Sus ojos habían recuperado el tono verde y su pupila era una pelota redonda y gorda.

- ¿Bambala? –repitió Daniel marcando una a una las sílabas.

El gato entrecerró los ojos con aire pensativo.

- Es hora de irme –dijo golpeando de nuevo el cristal con la pata.

El niño abrió la ventana y Dizzie se deslizó hacia fuera.

- ¿Cuándo volverás? –le preguntó Daniel.

- Pronto –fue su respuesta mientras daba un enérgico salto hasta el tejado del porche de al lado. Después lanzó un profundo maullido y echó a correr calle abajo.
 [Siguiente capitulo aquí]

10 comentarios:

  1. ¡¡¡Engatusante!!! Estaré atenta a la próxima aventura y descubrir si conoceremos al unicornio. Saludos.

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    1. Gracias Celeste! Qué ilusión que te pasaras a leerlo y que te haya gustado!! El próximo Lunes sabremos más cositas de la aventura de Dani! Un beso guapa!

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  2. ¡Vaya vaya! me resulta realmente interesante el personaje de Dizzie y me encanta las ganas de Daniel por ver unicornios y como debate con su madre sobre su existencia :D ¡me siento identificado!
    ¡Besos guapísima!

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    1. Hola Daniel!!! :) :) He echado mucho de menos este rincón mío para escribir! Vuelvo con ganas, a ver si consigo terminar esta historia y resolver la encrucijada existencial en la que se haya Dani!!
      Me alegra verte por aquí y me alegran infinito tus comentarios!!
      Muchas gracias y un besazo!! :) :)

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  3. Oh dios mio, me encanta como narras la historia, Dizzie me tiene fascinada y todos los personajes parecen tan vivos... me he enamorado, sin duda alguna. Y tengo ganas de saber más.
    Espero leerte el lunes.
    ¡Un besín!

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    1. Muchas gracias, Gema, guapa!! Qué alegría verte por aquí y que alegría que te guste la historia!! Aquí te espero el próximo Lunes! Nos seguimos leyendo!!
      Un besazo!!

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  4. Yo también me uno a mis compañeros "comentadores" y me quedo con el ansia viva a la espera del siguiente capitulo :-)
    Aunque he de reconocer que, seguramente por mi mente enferma, no me fio de casi ningún personaje (sólo de Dani y de su mami), estoy siempre a la espera de algo... jajajaja
    Besicos compañera!

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    1. Haces bien es esperar, amigo Ramón, en esta historia pocas cosas son lo que parecen.... No digo más... Jejeje
      Un beso!! Nos seguimos leyendo, que he vuelto para quedarme ;)

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  5. Vaya! vuelves cargada de pura fantasía, pinta muy bien este mundillo que estás creando, los personajes son mucho mas sorprendentes de lo que me esperaba. Y sé que me sorprenderás más aún, mucho más. Abrazo Ángela!

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    1. Hola Miguel Ángel!!!!!
      Eso es, espero seguir sorprendiendo con la historia de Dani y que esta nueva aventura por el terreno de la fantasía os resulte tan interesante como el misterio/terror del resto de las entradas.
      Un abrazo enorme!!

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