martes, 30 de agosto de 2016

16. Sobre Mirirontes y otros monstruos




Según le dijo Amelia, serían el equivalente a las diez de la mañana en el Exterior cuando abandonaron la casa del Maestro de Símbolos por el armario camino a los túneles.

Con un chasquido de su lengua centenaria y cuarteada, el Maestro de Símbolos había roto el vínculo de los Administradores, poniendo fin al compromiso entre Dani y Malena de Anyú, y separando definitivamente los caminos del chico y el gato.

Tenían instrucciones claras pero no muy precisas sobre cómo encontrar al hombre que sabía pronunciar la Marca del Nigromante. Debían seguir el camino del Bosque hasta la siguiente aldea, Orillena, donde tendrían que buscar al Mercader del Fuego para entregarle una especie de piedra negra que les había dado el Maestro. Él les diría el lugar exacto donde se ocultaba el hombre que buscaban.

Pero, quién era el Mercader del Fuego y en qué parte de Orillena vivía, lo desconocían.

Avanzaban por los túneles y Daniel odiaba su silencio pastoso, roto por los ecos de chapoteos lejanos y chillidos de ratas.

- ¿Por qué llevas siempre ese abrigo amarillo? –preguntó-. No me parece el mejor color para pasar desapercibidos.

Amelia se volvió y le arrojó todo el haz de luz de la linterna a la cara.

- ¿Lo ves amarillo? ¡Oh, qué tierno!

- ¿Por qué? ¿No es amarillo?

- Es un abrigo mágico.

Se levantó el cuello y enfocó el revés con la linterna. La Marca Epsina micande se leía en el forro.

- Dependiendo de las intenciones de quien me mira, el abrigo mostrará un color u otro. Por ejemplo, alguien que quisiera hacerme daño vería el abrigo negro o marrón oscuro, lo que me permitiría pasar desapercibida delante de él.

- ¿Y qué significa que yo lo vea amarillo?

- Significa que eres un pardillo, así que venga, démonos prisa en salir de Calendra o acabaremos en el calabozo de Maese Dárail sirviendo de cena para su mujer.

- Eh, no es justo –dijo Dani corriendo detrás de Amelia-. No me has dicho lo que significa el amarillo.

- Cuando seas mayor.

Su paseo por los túneles terminó frente a una pared de adoquines de cemento que bloqueaba el camino. Unas barras de hierro incrustadas en el muro formaban una improvisada escalera que terminaba en una portezuela de madera.

- Sube tú primero, chico. Te alumbro desde abajo.

Dani suspiró mientras se adelantaba, ya había perdido toda esperanza de que alguna vez le llamara por su nombre.

Subió con la agilidad propia de un chico de su edad, sin volver ni una sola vez la cabeza hacia los más de cinco metros de altura que lo separaban del suelo.

- Empuja la puerta y sal, estará abierta –le dijo Amelia.

El rocío nocturno le cubrió como un manto. El aire era fresco y limpio, una bendición después del ambiente cargado de los túneles. La oscuridad era casi total, a excepción de unos tímidos haces de luz de luna que se filtraban entre las hojas de los árboles.

- ¿Estamos en mitad del Bosque? –preguntó Dani secándose el sudor de las palmas.

- Sí, a las afueras de Calendra –le respondió Amelia cerrando la portezuela y enfocando con su linterna a la oscuridad.

- Pero Dizzie me dijo que alejarse de los caminos de piedra podría ser peligroso…

- ¿Es que tienes miedo, chico? Si te asustas de un bosque oscuro igual deberías haber vuelto con tu gato mascota.

- No tengo miedo –le respondió, pero un ligero temblor en la voz le delató.

Amelia soltó una carcajada.

- Anda, vamos –le dijo poniéndose delante-. El camino de piedra está a pocos metros. Adrazel estaba en lo cierto, el Bosque es un lugar muy peligroso.

Dani se pegó a la espalda de Amelia y juntos caminaron a través de la espesa maleza que poblaba el bosque. Las hojas de los arbustos eran puntiagudas y les arañaban las manos y la cara.

Si el silencio que reinaba en los túneles era desagradable, el que se escuchaba en el Bosque era aún peor. El movimiento de los matorrales a su paso dejaba un susurro de hojas que camuflaba, solo a medias, los ruidos extraños del resto de seres que les rodeaban.

- No me empujes, chico –le dijo Amelia a media voz-. Voy todo lo deprisa que puedo. No quiero caer en una trampa para humanos.

- ¿Una trampa para humanos?

- En Lontananza el Hombre no es el único animal que sabe poner trampas para cazar.

Tardaron aún un par de minutos más en llegar al sendero de piedra. Cuando las luces de los farolillos que alumbraban camino por fin se vislumbraron entre los árboles, Dani soltó todo el aire que había contenido y respiró de nuevo con normalidad.

Amelia apagó la linterna y se la tendió a Dani para que la guardara en la mochila.

- Calculo que nos quedan un par de horas de camino hasta Orillena –dijo Amelia- ¿Tienes hambre? ¿Quieres comer algo?

Dani negó con la cabeza.

- En ese caso…

Amelia se interrumpió, el suelo había comenzado a temblar. Miró hacia abajo observando las pequeñas piedras sueltas dar botes enloquecidas y sus ojos se crisparon.

- Daniel, corre.

Le cogió de la mano y tiró de él antes de que el chico fuera consciente de lo que pasaba.

- ¿Qué ocurre, Amelia? –le preguntó mientras se afanaba por no quedarse atrás.

- Corre, corre, corre.

El suelo cada vez temblaba más fuerte y a lo lejos les llegaba el sonido de árboles partiéndose en dos y farolillos estrellarse contra el suelo.

- Se está acercando…

- ¿El qué…? ¿Qué se acerca?

Amelia apretaba su brazo tan fuerte que parecía querer partirlo en dos.

Escucharon a sus espaldas un bramido ensordecedor que helaba la sangre. Amelia tropezó y cayó al suelo arrastrando a Daniel con ella.

Mientras rodaban por el empedrado, una oscura silueta saltó sobre sus cabezas y aterrizó frente a ellos provocando un pequeño terremoto. Olía como los túneles pero multiplicado por mil, y su gruñido hacía que todo el cuerpo de Daniel vibrara.

Una mole de tres metros de altura había bloqueado el camino y les echaba su fétido aliento en la cara. No se parecía a nada que Dani hubiera visto en su vida, ni siquiera los peores engendros de su imaginación le hacían sombra. Era una bestia gigante de cuatro patas, piel negra y un hocico alargado que rebosaba colmillos deformes.

A lomos de aquella bestia, unos ojos plateados les observaban triunfales.

- Mantén las manos donde pueda verlas, señorita Amelia –dijo Maese Dárail-, o quizás debería decir princesa Amelia.

Daniel dejó escapar un leve gemido.

- No sé quién eres, forastero, pero te rodeas por la crème de la crème de la sociedad de Lontananza. Todos proscritos y perseguidos.

Tiró de las riendas que rodeaban el cuello del animal y éste se inclinó con un bufido, permitiendo que Maese Dárail se deslizara hasta el suelo.

- ¿Dónde está Adrazel?

- Ha regresado al Exterior –le respondió Amelia.

Tanto ella como Dani seguían tirados en el suelo sin moverse.

- Minino listo –dijo Dárail-. Siempre supo cómo escabullirse cuando se acercaban problemas. Deberíais haber huido con él.

La enorme mole les miraba con los ojos inyectados en sangre y echando espesos goterones de baba por la boca, su pesada respiración hacía ondear el cabello de Amelia como si lo sacudieran fuertes ráfagas de viento.

- Estoy seguro de que El Señor Oscuro sabrá qué hacer con vosotros. El Mirironte os escoltará hasta el Castillo Negro, y más o vale no intentar ninguna tontería, no dudará en arrancaros la cabeza de un mordisco.

- De ninguna manera –le escuchó susurrar a Amelia.

Todo sucedió a cámara lenta delante de Daniel. El imperceptible movimiento en la mano de Amelia puso en alerta a la enorme mole de grasa y colmillos que tomó impulso para saltar sobre ellos. Sin embargo nunca llegó a hacerlo, el rugido de un disparo resonó entre las altas hierbas de un lado del camino y la bala atravesó de lado a lado la cabeza del Mirironte, que se desplomó de costado sepultando bajo su peso el cuerpo de Maese Dárail.

En menos de un minuto el Bosque había quedado en silencio.

Daniel y Amelia se levantaron del suelo y miraron hacia el lugar de procedencia del disparo. Las hojas se agitaban, algo o alguien se acercaba.

Amelia alzó la mano dispuesta a girar su muñeca.

- Detrás de mí –le dijo a Dani empujándole a su espalda y protegiéndole con su cuerpo-. ¿Quién anda ahí?

De entre la maleza salió un hombre sujetando una escopeta de doble cañón sobre su hombro. Hubiera parecido el dueño de una funeraria, pálido y vestido por completo de negro, sino fuera por sus gafas de sol de montura roja.

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