Según le dijo Amelia, serían el equivalente a las diez de la mañana en el
Exterior cuando abandonaron la casa del Maestro de Símbolos por el armario camino
a los túneles.
Con un chasquido de su lengua centenaria y cuarteada, el Maestro de Símbolos había roto el vínculo de los Administradores, poniendo fin al compromiso entre Dani y Malena de Anyú, y separando definitivamente los caminos del chico y el gato.
Tenían instrucciones claras pero no muy precisas sobre cómo encontrar al hombre que sabía pronunciar la Marca del Nigromante. Debían seguir el camino del Bosque hasta la siguiente aldea, Orillena, donde tendrían que buscar al Mercader del Fuego para entregarle una especie de piedra negra que les había dado el Maestro. Él les diría el lugar exacto donde se ocultaba el hombre que buscaban.
Pero, quién era el Mercader del Fuego y en qué parte de Orillena vivía, lo desconocían.
Con un chasquido de su lengua centenaria y cuarteada, el Maestro de Símbolos había roto el vínculo de los Administradores, poniendo fin al compromiso entre Dani y Malena de Anyú, y separando definitivamente los caminos del chico y el gato.
Tenían instrucciones claras pero no muy precisas sobre cómo encontrar al hombre que sabía pronunciar la Marca del Nigromante. Debían seguir el camino del Bosque hasta la siguiente aldea, Orillena, donde tendrían que buscar al Mercader del Fuego para entregarle una especie de piedra negra que les había dado el Maestro. Él les diría el lugar exacto donde se ocultaba el hombre que buscaban.
Pero, quién era el Mercader del Fuego y en qué parte de Orillena vivía, lo desconocían.
Avanzaban por los túneles y Daniel odiaba su silencio pastoso, roto por
los ecos de chapoteos lejanos y chillidos de ratas.
- ¿Por qué llevas siempre ese abrigo amarillo? –preguntó-. No me parece el mejor color para pasar desapercibidos.
Amelia se volvió y le arrojó todo el haz de luz de la linterna a la cara.
- ¿Lo ves amarillo? ¡Oh, qué tierno!
- ¿Por qué? ¿No es amarillo?
- Es un abrigo mágico.
- ¿Por qué llevas siempre ese abrigo amarillo? –preguntó-. No me parece el mejor color para pasar desapercibidos.
Amelia se volvió y le arrojó todo el haz de luz de la linterna a la cara.
- ¿Lo ves amarillo? ¡Oh, qué tierno!
- ¿Por qué? ¿No es amarillo?
- Es un abrigo mágico.
Se levantó el cuello y enfocó el revés con la linterna. La Marca Epsina micande se leía en el forro.
- Dependiendo de las intenciones de quien me mira, el abrigo mostrará un
color u otro. Por ejemplo, alguien que quisiera hacerme daño vería el abrigo
negro o marrón oscuro, lo que me permitiría pasar desapercibida delante de él.
- ¿Y qué significa que yo lo vea amarillo?
- Significa que eres un pardillo, así que venga, démonos prisa en salir
de Calendra o acabaremos en el calabozo de Maese Dárail sirviendo de cena para
su mujer.
- Eh, no es justo –dijo Dani corriendo detrás de Amelia-. No me has dicho
lo que significa el amarillo.
- Cuando seas mayor.
Su paseo por los túneles terminó frente a una pared de adoquines de
cemento que bloqueaba el camino. Unas barras de hierro incrustadas en el muro
formaban una improvisada escalera que terminaba en una portezuela de madera.
- Sube tú primero, chico. Te alumbro desde abajo.
Dani suspiró mientras se adelantaba, ya había perdido toda esperanza de
que alguna vez le llamara por su nombre.
Subió con la agilidad propia de un chico de su edad, sin volver ni una
sola vez la cabeza hacia los más de cinco metros de altura que lo separaban del
suelo.
- Empuja la puerta y sal, estará abierta –le dijo Amelia.
- Empuja la puerta y sal, estará abierta –le dijo Amelia.
El rocío nocturno le cubrió como un manto. El aire era fresco y limpio,
una bendición después del ambiente cargado de los túneles. La oscuridad era
casi total, a excepción de unos tímidos haces de luz de luna que se filtraban
entre las hojas de los árboles.
- ¿Estamos en mitad del Bosque? –preguntó Dani secándose el sudor de las
palmas.
- Sí, a las afueras de Calendra –le respondió Amelia cerrando la
portezuela y enfocando con su linterna a la oscuridad.
- Pero Dizzie me dijo que alejarse de los caminos de piedra podría ser
peligroso…
- ¿Es que tienes miedo, chico? Si te asustas de un bosque oscuro igual
deberías haber vuelto con tu gato mascota.
- No tengo miedo –le respondió, pero un ligero temblor en la voz le
delató.
Amelia soltó una carcajada.
- Anda, vamos –le dijo poniéndose delante-. El camino de piedra está a
pocos metros. Adrazel estaba en lo cierto, el Bosque es un lugar muy peligroso.
Dani se pegó a la espalda de Amelia y juntos caminaron a través de la
espesa maleza que poblaba el bosque. Las hojas de los arbustos eran puntiagudas
y les arañaban las manos y la cara.
Si el silencio que reinaba en los túneles era desagradable, el que se
escuchaba en el Bosque era aún peor. El movimiento de los matorrales a su paso
dejaba un susurro de hojas que camuflaba, solo a medias, los ruidos extraños
del resto de seres que les rodeaban.
- No me empujes, chico –le dijo Amelia a media voz-. Voy todo lo deprisa
que puedo. No quiero caer en una trampa para humanos.
- ¿Una trampa para humanos?
- En Lontananza el Hombre no es el único animal que sabe poner trampas
para cazar.
Tardaron aún un par de minutos más en llegar al sendero de piedra. Cuando
las luces de los farolillos que alumbraban camino por fin se vislumbraron entre
los árboles, Dani soltó todo el aire que había contenido y respiró de nuevo con
normalidad.
Amelia apagó la linterna y se la tendió a Dani para que la guardara en la
mochila.
- Calculo que nos quedan un par de horas de camino hasta Orillena –dijo
Amelia- ¿Tienes hambre? ¿Quieres comer algo?
Dani negó con la cabeza.
- En ese caso…
Amelia se interrumpió, el suelo había comenzado a temblar. Miró hacia
abajo observando las pequeñas piedras sueltas dar botes enloquecidas y sus ojos
se crisparon.
- Daniel, corre.
Le cogió de la mano y tiró de él antes de que el chico fuera consciente
de lo que pasaba.
- ¿Qué ocurre, Amelia? –le preguntó mientras se afanaba por no quedarse
atrás.
- Corre, corre, corre.
El suelo cada vez temblaba más fuerte y a lo lejos les llegaba el sonido
de árboles partiéndose en dos y farolillos estrellarse contra el suelo.
- Se está acercando…
- Se está acercando…
- ¿El qué…? ¿Qué se acerca?
Amelia apretaba su brazo tan fuerte que parecía querer partirlo en dos.
Escucharon a sus espaldas un bramido ensordecedor que helaba la sangre.
Amelia tropezó y cayó al suelo arrastrando a Daniel con ella.
Mientras rodaban por el empedrado, una oscura silueta saltó sobre sus
cabezas y aterrizó frente a ellos provocando un pequeño terremoto. Olía como
los túneles pero multiplicado por mil, y su gruñido hacía que todo el cuerpo de
Daniel vibrara.
Una mole de tres metros de altura había bloqueado el camino y les echaba
su fétido aliento en la cara. No se parecía a nada que Dani hubiera visto en su
vida, ni siquiera los peores engendros de su imaginación le hacían sombra. Era
una bestia gigante de cuatro patas, piel negra y un hocico alargado que
rebosaba colmillos deformes.
A lomos de aquella bestia, unos ojos plateados les observaban triunfales.
- Mantén las manos donde pueda verlas, señorita Amelia –dijo Maese
Dárail-, o quizás debería decir princesa Amelia.
Daniel dejó escapar un leve gemido.
- No sé quién eres, forastero, pero te rodeas por la crème de la crème de
la sociedad de Lontananza. Todos proscritos y perseguidos.
Tiró de las riendas que rodeaban el cuello del animal y éste se inclinó
con un bufido, permitiendo que Maese Dárail se deslizara hasta el suelo.
- ¿Dónde está Adrazel?
- ¿Dónde está Adrazel?
- Ha regresado al Exterior –le respondió Amelia.
Tanto ella como Dani seguían tirados en el suelo sin moverse.
- Minino listo –dijo Dárail-. Siempre supo cómo escabullirse cuando se
acercaban problemas. Deberíais haber huido con él.
La enorme mole les miraba con los ojos inyectados en sangre y echando
espesos goterones de baba por la boca, su pesada respiración hacía ondear el
cabello de Amelia como si lo sacudieran fuertes ráfagas de viento.
- Estoy seguro de que El Señor Oscuro sabrá qué hacer con vosotros. El
Mirironte os escoltará hasta el Castillo Negro, y más o vale no intentar
ninguna tontería, no dudará en arrancaros la cabeza de un mordisco.
- De ninguna manera –le escuchó susurrar a Amelia.
Todo sucedió a cámara lenta delante de Daniel. El imperceptible
movimiento en la mano de Amelia puso en alerta a la enorme mole de grasa y
colmillos que tomó impulso para saltar sobre ellos. Sin embargo nunca llegó a
hacerlo, el rugido de un disparo resonó entre las altas hierbas de un lado del
camino y la bala atravesó de lado a lado la cabeza del Mirironte, que se
desplomó de costado sepultando bajo su peso el cuerpo de Maese Dárail.
En menos de un minuto el Bosque había quedado en silencio.
Daniel y Amelia se levantaron del suelo y miraron hacia el lugar de
procedencia del disparo. Las hojas se agitaban, algo o alguien se acercaba.
Amelia alzó la mano dispuesta a girar su muñeca.
- Detrás de mí –le dijo a Dani empujándole a su espalda y protegiéndole
con su cuerpo-. ¿Quién anda ahí?
De entre la maleza salió un hombre sujetando una escopeta de doble cañón sobre
su hombro. Hubiera parecido el dueño de una funeraria, pálido y vestido por
completo de negro, sino fuera por sus gafas de sol de montura roja.
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