Ilustración por Gabriel de la Cal
Estaba el pequeño ratón londinense, con sus pantalones bombacho, su camisa de lino y su bombín de felpa negro, sentado en mitad
de Pudding Lane sin saber qué hacer.
Cogió una piedra y la tiró contra la fachada del edificio que tenía enfrente, que resultó ser una panadería. Rebotó y volvió con furia a sus pies.
-“Hay que ver que bien rebota” -pensó para sí-. “¿Rebotaré
yo igual?”
Cogió carrerilla y se lanzó contra la pared... -“¡Ups! Pues no” -se lamentó mientras se deslizaba pegado a ella como un dibujo animado.
No solo no rebotaba igual sino que era probable que
se hubiera roto algo.
“ Maldita piedra” -dijo arrojándola de nuevo contra
la pared. Pero esta vez chisporroteó y saltó hasta un montón de paja que había junto a la
fachada.
Casi al instante comenzó a subir un humillo
negro y el aire se llenó de olor a heno quemado. En nada el humo se convirtió en llama.
- ¡Maldición! –exclamó.
Corrió a apagarlo a soplidos pero sólo consiguió
avivarlo más.
“Será mejor que me largue de aquí” –se dijo-, “ya lo
apagará alguien.”
Y así comenzó el gran incendio de Londres de
1666.