martes, 23 de septiembre de 2014

En el límite de la amistad


Alicia levantó los ojos y miró al edificio de cristal negro que se alzaba ante ella. Su silueta apenas se recortaba sobre el cielo nocturno. 

La calle estaba desierta, cuatro farolas dispersas formaban pequeñas islas de luz naranja en mitad de un oceano de oscuridad. Alicia se encontraba bajo una de ellas y miraba cada cinco minutos su reloj de pulsera. La temperatura bajaba a un ritmo frenético y con las prisas había olvidado la chaqueta en casa.
Pero temblaba por algo más que por frío.

Un solitario taxi apareció al fondo de la calle justo cuando el reloj marcaba la media noche. Se detuvo al lado de Alicia y de la parte trasera se bajó un hombre. Sonrieron al reconocerse y dejaron alejarse al taxi en silencio antes de que alguno de los dos comenzara a hablar.

Llevaban muchos años trabajando juntos bajo la alargada sombra de aquel edificio. Días enteros con sus noches, muchas desilusiones, muchas decepciones, cargas pesadas difíciles de soportar, sueños robados por la desazón y la angustia; pero Alicia siempre había encontrado en él un hombro donde apoyar el exceso de carga, su propia isla de luz en la que resistir a las tinieblas, su soporte.

Tenían una relación que ni ella misma se atrevía a entender. Sin él no habría llegado donde estaba, le debía lo que era... y por eso le había citado en aquel lugar.

Lo cogió primero de las manos y después le abrazó.

- ¿Qué es lo que pasa, Alicia?

Le conocía lo suficiente para saber por su tono que estaba preocupado.

- ¿Puedo confiar en ti? -le preguntó sin poder dejar de temblar.

- Sabes que sí -respondió mirándola a los ojos.

- ¿Siempre?

- Siempre.

Se produjeron unos instantes de silencio mientras Alicia hacia acopio de todo el valor que le quedaba. Repitió la frase varias veces en su cabeza antes de ser capaz de decirla en voz alta.

- Mañana el jefe no vendrá trabajar -pausa-, y tienes que ayudarme a deshacerme de su cuerpo.

martes, 9 de septiembre de 2014

La isla


Pasé doce años perdido en una isla desierta. Mi barco naufragó en el Atlántico cuando transportaba maquinaria a Sudamérica, y sobreviví a base de moluscos, bayas y agua de lluvia. Sólo Dios sabe por qué no morí de inanición.

Siempre supe que aquella isla ejercía una especie de poder místico, sobrenatural, sobre todo cuanto caía en ella, pero nunca llegué a averiguarlo hasta haber conseguido abandonarla.

Un día, en algún momento de lo que supuse 2026, una embarcación arribó en la costa donde tenía montado mi campamento. Era poco más que un barco de recreo y en su interior no había tripulación. Un par de botellas de vino vacías se mecían sobre la cubierta como única evidencia de que en algún momento alguien tripuló la nave.

Había sido patrón de transatlánticos durante toda mi vida, por lo que manejar aquella embarcación no me supuso ningún problema. El GPS se encontraba en perfecto estado y los tanques a rebosar de combustible, sin duda era un barco fantasma. En poco más de tres días regresé a mi Galicia natal y descubrí con horror que el mundo había cambiado.

Un basto desierto se extendía donde siempre se había levantado Vigo. Un negro horizonte de tierra árida y yerma cubría cuanto la vista me alcanzaba a ver. ¿De qué oscura pesadilla se había escapado aquel paisaje tan desolador?

Vagué durante días por un eterno desierto, alimentándome de carne de serpiente cruda que era lo único que se arrastraba por aquellos lares; y bebiendo de riachuelos fangosos, tragando más tierra que agua. Cuando ya pensaba que moriría en soledad y que los pérfidos reptiles devorarían mis entrañas, emergió ante mí, tras la sombra de una gigante duna de arena, una muralla imponente edificada con piedra.

Dos almenaras custodiaban las puertas de acero y sobre ellas varios arqueros me apuntaron con rudimentarios arcos de madera.

- ¿Quién va? -preguntó uno de ellos mientras el viento arrastraba la potencia de su voz.

- Mi nombre es Marc Gideon y necesito ayuda -dije haciendo acopio de mis últimas fuerzas para hacerme oír.

- ¿Gideon decís? -preguntaron.

- Marc Gideon -repetí pensando que tal vez no me hubieran oído, como si mi nombre fuera relevante-. Hijo de Ernest Gideon, naturales de Vigo. Hermosa ciudad que ha desaparecido.

Las puertas se abrieron y fui escoltado por una especie de guardia armada por la calles de una ciudadela que parecía sacada del siglo XV. La gente, de aspecto harapiento, espiaba nuestro paso a través de las rendijas de puertas y ventanas. Yo estaba demasiado exhausto para sorprenderme por el entorno.

Me condujeron ante el que a todas luces era el jefe de la comunidad, no solo por las ropas que lucía, sino por la cantidad de escolta que le cubría las espaldas.

- ¿De verdad eres Marc Gideon? -me preguntó intentando disimular cierto temblor en la voz.

Asentí mientras me derrumbaba a sus pies incapaz de soportar más mi peso.

- ¿Dónde está mi ciudad? -le pregunté-. ¿Qué ha pasado con todo el mundo?

- Estalló la Tercera Guerra Mundial -me dijo el desconocido-. El armamento atómico y nuclear ha destruido el planeta. Todo vestigio de civilización ha sido reducido a cenizas y pronto no quedará ni oxígeno para seguir respirando -hizo una pausa antes de continuar-. ¿Eres el Marc Gideon cuyo barco naufragó en el mar Atlántico?

- Sí -respondí con lágrimas en los ojos incapaz de comprender la relevancia de mi nombre-. ¿Qué importancia puede tener eso después de lo que me has contado?

- Marc -dijo tendiéndome la mano el hombre que se alzaba ante mí y que probablemete me doblara la edad-, mi nombre es Jonás Gideon. Y soy tu nieto.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Entre reflejos


Sucedió de la noche a la mañana, sin un aviso previo o una señal que marcara el comienzo. Aunque ahora que lo pienso, puede que la señal fuera él.

Un día, cuando sacaba al señor Tomas de paseo, entré en el ascensor y los espejos enfretados de las paredes me devolvieron un mosaico infinito de "yos". Sabeís a lo que me refiero, ¿no? El reflejo de una imagen saltado de un espejo al otro hasta el infinito.

Pues en uno de los últimos reflejos que la vista es capaz de distinguir con cierta nitidez, vi un hombre apostado detrás de mí. Por raro que parezca, no me sobresalté, simplemente me pregunté qué era lo que significaba.

Hasta la Navidad de aquel año, el hombre permaneció en el último reflejo de los espejos, impasible al tiempo, y me acostumbré tanto a su presencia que llegué a ignorarlo. 

Pero con el nuevo año su reflejo se extendió y cubrió tres más. Fue entonces cuando conseguí diferenciar su indumentaria negra, su rostro pálido y de expresión serena, sus ojos negros como abismos de oscuridad... Pronto comprendí lo que esa visión presagiaba y recé para que dejara de avanzar entre reflejos.

Durante dos meses se mantuvo inmóvil, cada vez que bajaba al señor Tomas observaba su reflejo sereno, aguardando paciente. "No hay prisa", decía su expresión. Yo, por alguna razón, no experimentaba temor al verlo pues su figura transmitía paz y sosiego.

Entonces su avance aceleró. A comienzos de verano tan solo dos de los reflejos estaban libres del hombre de negro. Tomas también lo veía, y lo ladraba sin cesar nada más entrar en el ascensor.

Y por fin llegó el día, consumió todos los reflejos. Aunque físicamente no estaba a mi lado, podía verlo en todos y cada uno de los reflejos y, lo que era peor, podía sentir su presencia como un gélido aliento respirando en mi cara. Supe que aquella sería mi última noche.

Hice unas llamadas, dejé una carta de despedida y me aseguré de que alguien cuidara de mi Tomas cuando yo ya no estuviera. Cerré los ojos y dormí.

La nueva mañana entró en mis pulmones con una bocanada de aire fresco, regenerador. ¿Por qué seguía allí? No comprendía lo que había ocurrido... Aquel hombre de negro venía a por mí, a reclamar mi tiempo, estaba segura.

Salí rápidamente al ascensor y miré mi reflejo. Estaba limpio, el hombre de negro se había esfumado.

Entonces me di cuenta con temor que el señor Tomas no me había seguido hasta el ascensor, no me había despertado aquella mañana con gruñidos de hambre... Y comprendí con cierto alivio y tristeza, que no era mi muerte la que había estado viendo saltar entre reflejos.

lunes, 18 de agosto de 2014

Happy Endings?


Rodeó la esquina de la mesa y se plantó ante mí. Extendió la mano izquierda y me levantó la barbilla con aspereza hasta que nuestras miradas se alinearon. Sus ojos azules eran fríos como carámbanos de hielo.

"Es la Reina de las Nieves", pensé con cierto temor. "Intentará congelar mi corazón."

- El médico ha dicho que es una niña sana -le dijo el señor apostado detrás de mí, el mismo que me había recogido en casa y que había confundido falsamente con el cazador de Blancanieves. Ahora, sin embargo, estaba segura de que era un lacayo más de la Reina de las Nieves.

Sin apartar su mano ruda de mi barbilla, me obligó a inclinar la cabeza y revisó mi pelo, asegurándose de que no estaba infectada de ningún parásito que pudiera contagiar a los demás niños. Yo le habría podido decir que mi madre había sido la Princesa de Nunca Jamás, y que siempre se había preocupado por mi higiene y por mi ropa, pero preferí no hablar y dejar que sus helados dedos inspeccionaran cuanto quisieran.

- Me la quedo -dijo la Reina de las Nieves. Sacó de un cajón una bolsa mugrienta que, a juzgar por el tintineo, contenía monedas.

"Son monedas de oro", pensé. "Es el pago acordado por recolectar súbditos".

Tras despachar al lacayo, me agarró con fuerza del brazo y me condujo a una habitación oscura donde se apilaban hileras de camas que se perdían de vista al fondo de la sala.

- Bienvenida a tu nueva casa -me dijo sin un atisbo de caridad humada.

Y así fue como, de la noche a la mañana, pasé de ser Blancanieves a convertirme en Oliver Twist.


miércoles, 13 de agosto de 2014

De otro planeta


Abordaron la tierra en son de paz, dijeron, y la verdad es que aunque sus costumbres no tenían nada que ver con las nuestras, nunca mostraron ansias de conquista. En la parte terrícola, se consiguió mantener a la población a raya, en un estado de calma tensa, hasta que decidieron marcharse.

A él, tanto visitante inesperado del espacio exterior le traía sin cuidado. Lo que en realidad le perturbaba y le impedía dormir por las noches eran sus enormes ojos negros, su sexto dedo del pie, su malsana obsesión por todo lo que oliera a electrónica; en resumen, era lo mucho que se parecían a él…


Le comenzó a remorder la conciencia, ese bichejo molesto que mordisquea por encima de la nuca. Quizás su madre no mentía después de todo, quizás no había sido todo una alucinación inducida por el alcohol... tal vez la había encerrado tontamente en un manicomio...

jueves, 7 de agosto de 2014

La bestia del Norte

La bestia estaba fuera. No sabíamos de dónde provenía ni cómo había llegado hasta nuestra aldea, pero sabíamos que se alimentaba de carne humana y que, aunque tenía apariencia de hombre, sus ojos no lo eran.

Hablaba en francés con una voz hueca, como si su boca sólo fuera el transmisor de un lamento que procedía del más oscuro de los abismos.

- Está frente a la casa, Ginés -me dijo mi hermano con la cara desencajada por el pánico. Se había asomado entre los tablones que teníamos a modo de contrafuerte sobre puertas y ventanas y debió de verlo allí apostado bajo la lluvia y el fuerte viento que arreciaban.

- Apártate de la ventana, Eduardo -le dije-. No puede entrar, ¿vale? Hemos atrancado todos los accesos.

Un trueno retumbó con furia en el exterior y todas las luces de la casa vibraron hasta apagarse. El salón quedó sumido en una oscuridad casi absoluta, tan solo rota por los pequeños haces de luz que se filtraban desde las farolas de la calle.

- ¡Oh, Señor! -escuché gimotear a mi hermano.

Intenté mantener la calma por él, por los dos, pero el corazón bombeaba en mi pecho a velocidad frenética y me temblaban las manos.

La silueta de la bestia se proyectó en la pared del salón a través de las rendijas de los tablones. Estaba justo frente a una de las ventanas.

- No puede entrar -repetí cada vez con menos convicción.

Había sido testigo con mis propios ojos de su portentosa naturaleza, de su fuerza y su rapidez sobrehumanas. En mi fuero interno sabía que si quería entrar, encontraría la manera.

Entonces la bestia desapareció de la ventana, su sombra se esfumó de la pared. Le siguieron unos instantes de calma tensa en los que reinó el silencio. Mi hermano se acercó a mí y me cogió del brazo, fue en ese momento cuando comenzamos a escuchar unas pisadas en el tejado.

Comprendí demasiado tarde lo que se proponía. Aparté a mi hermano de un empujón y así con fuerza uno de los candelabros que adornaban la mesa del salón.

Por la chimenea cayeron pedazos de ladrillo y piedra y después se asomaron sus ojos, sus horribles ojos de serpiente colgados boca abajo como un vampiro. Gritó al vernos y se abalanzó, con velocidad de vértigo, no sobré mí como esperaba, sino sobre mi hermano que yacía en el rincón más alejado, donde yo le había empujado.

- ¡No! -grité mientras corría hacia ellos con el candelabro en alto, preparado para ser descargado sobre la cabeza de la bestia.

Mi hermano soltó un alarido y, en mitad de mi carrera en la penumbra, tropecé con una de las sillas del comedor y caí al suelo. Mi arma salió despedida y chocó contra una de las paredes. Desarmado, intenté levantarme a pesar de la palpitación dolorosa que me latía en la espinilla.

Entonces la luz volvió, y al contemplar la escena perdí la razón. Mi hermano guardaba un as en la manga, un as en forma de cuchillo que había clavado en el vientre de la bestia. El infernal engendro se desangraba en el suelo sin moverse, como un saco vacío; sus ojos volvían a ser humanos.

Sin embargo, mi hermano... ¡ah, mi hermano! Al mirarlo caí al suelo y enloquecí. Sus ojos estaban desfigurados como los de una serpiente.

- Mon frère -me dijo en perfecto francés a pesar de no haber dado una clase en su vida-. Maintenant, je suis la destruction et la mort. 

miércoles, 6 de agosto de 2014

Ruidos nocturnos


Era la primera noche que pasaban en el piso que acababan de alquilar. Era un precioso ático en pleno barrio de Salamanca, y les había salido tirado de precio solo por la estupidez de que a la antigua inquilina se la había cargado su ex novio en el baño tras un ataque de celos.

Su novia se acurrucó contra su pecho en busca de calor. Las ventanas eran un poco viejas y no aislaban bien del frío exterior. Un mal menor que discutiría con el casero...

Un débil ruido comenzó a escucharse en todo el piso. Sonaba como si un pájaro picoteara una superficie dura, de forma constante y monótona. A ratos cesaba, a ratos volvía, siempre con la misma débil intensidad y el mismo ritmo.

- ¿Qué suena, cariño? -le preguntó ella en un susurro, casi dormida.

- No sé -le respondió-. Es probable que sea el espejo del baño contrayéndose después de apagar la luz.

A ambos les valió la respuesta y se quedaron dormidos mientras el sonido del picoteo se diluía en sus subconscientes.

A las 7.00 de la mañana el despertador los arrancó del sueño. Como siempre ella se levantó primero mientras él disfrutaba unos minutos más de toda la amplitud de la cama, pero esta vez no tuvo tiempo de regodearse en el hueco caliente que ella había dejado, su grito le levantó de golpe.

Salió al recibidor y la encontró con las manos en la boca mirando paralizada al interior del baño. Él se acercó despacio y miró por encima de su hombro. Tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no gritar también.

Los azulejos blancos del baño estaban cubiertos de goterones rojos, como si las juntas lloraran sangre; pero sin duda lo más sobrecogedor de la escena era el mensaje escrito en el espejo. Estaba picoteado sobre su superficie, como esculpido con un cincel.

"Esta es mi casa. Marchaos."

jueves, 31 de julio de 2014

No todo es superstición


Dicen que, si te pones a las tres de la mañana frente a un espejo y, con una vela encendida, nombras tres veces a Verónica, la hija de Satanás se te aparece y te muestra la forma en la que vas a morir.

También dicen que, si a media noche colocas unas tijeras abiertas en mitad de la Biblia, se levantarán con vida propia y se lanzarán a clavarse contra tu pecho.

Marcos nunca creyó ninguna de aquellas estúpidas supersticiones, por eso, y para demostrar que sus amigos eran unos “gallinas acojonados”, aceptó la apuesta y se plantó a las tres de la mañana frente al espejo del baño. Encendió una vela y llamó a la mismísima hija del diablo.

- Verónica, Verónica, Verónica*.

Para su sorpresa, el espejó vibró y le devolvió otra imagen diferente a su reflejo asombrado: era él mismo con unas tijeras clavadas en el pecho, las mismas tijeras que había dejado abiertas tres horas antes entre las páginas de su Biblia.

*Nota del autor: Espero por tu bien que no hayas leído el relato en voz alta pues, aunque no estés frente a ningún espejo ni sean las tres de la mañana, Verónica puede haberte escuchado…

miércoles, 30 de julio de 2014

No apagues la luz


- No apagues la luz, por favor -le pidió con su vocecita cálida.

- ¿Qué? ¿Por qué, hija? -le preguntó su madre con la mano sobre el interruptor de la luz del pasillo.

- Las sombras de esta casa no me gustan -le susurró la niña sentada al borde de la cama. Hablaba muy bajito, como si temiera que alguien la escuchara.

- Es normal que no te encuentres cómoda en la nueva casa, cariño, pero ya te acostumbrarás.

- No tiene nada que ver con eso -insistió-, tampoco con que papá ya no esté con nosotras. Hay algo que se mueve entre las sombras de esta casa, mamá, y da mucho miedo.

La mujer miró con dulzura a su hija y titubeó sin levantar la mano del interruptor. Quería que su hija aprendiera a superar sus miedos sola y prepararla para el mundo de afuera donde casi siempre era todo oscuridad, pero quizá aún fuera demasiado pequeña, tal vez eso pudiera esperar.

-Está bien -accedió-, pero sólo unos días hasta que te acostumbres.

La niña suspiró aliviada y se tendió en la cama. Aunque la luz de la habitación estaba apagada, la del pasillo permanecería encendida toda la noche y con eso sería suficiente para impedirle pasar.

En cuanto su madre se metió en su habitación comenzó a escuchar la voz: un sonido ronco y hueco que la llamaba desde algún lugar de la casa.

- Claudia... Claudia... Encontraré la manera de entrar.

La niña se incorporó aterrorizada y fijó su vista en el pasillo. Mientras la luz siguiera encendida no había nada que temer.

Pero entonces la luz tembló, vibró, se apagó durante apenas un parpadeo y las sombras colmaron el pasillo unos segundos, el tiempo necesario para dejarlo pasar.

Claudia lo escuchó acercarse a la cama con pavor, pero aún no estaba perdida, guardaba un as en la manga. Sacó sus manitas de debajo de la manta y empuñó la linterna, con la que iluminó toda la cama.

Escuchó un siseo de dolor y el crepitar de carne quemándose cuando el haz de luz incidió sobre la mano que se precipitaba hacia ella desde la oscuridad.

La niña gritó llamando a su madre pero, desde el truculento divorcio, ella tomaba pastillas para poder dormir. Ni el estallido de una bomba bajo su ventana habría conseguido arrancanla del sueño.

- Claudia, Claudia -canturreó la criatura desde la oscuridad de la habitación-, te cogeré pequeña. Esas pilas no van a durar toda la noche...

jueves, 24 de julio de 2014

El coste de la obsesión


Moría de amor por ella.

La amaba tanto que habría removido el cielo y la tierra por una sola de sus sonrisas, por una sola de sus miradas... Era ella la que estaba dentro de él, tan tatuada en su alma que ya formaba parte de su propia existencia, de lo que era.

La amaba tanto que le dolía su recuerdo, que no le dejaba respirar.. pero ella le ignoraba. Su indiferencia era una puñalada que atravesaba día tras día su vigor y lo sumía en una tristeza de mañanas sombrías a pleno sol. 

No podía apartarla de su cabeza así que ideó un plan para tenerla, un plan tan descabellado que cualquiera habría pensado que era locura, un desatino... pero nada hay más enloquecido que la mente de un hombre obsesionado.

Lo dejó todo e investigó. Recorrió todas las universidades del mundo y trabajó junto a los científicos más brillantes. Desentrijó los misterios más ocultos del ADN y del genoma humano, se convirtió en un erudito... y al final consiguió clonarla.

Su trabajo fue excelente. Era igual a ella, exacta, una copia tan perfecta que no sólo se parecía físicamente, sino también en su forma de ser, de actuar, se sentir... por eso el clon de ella tampoco quiso quererlo y optó por ignorarle.

lunes, 21 de julio de 2014

El sueño eterno

El objeto que sujetaba era un pequeño cilindro con un agujerito en la parte superior. Se lo acercó a la nariz y lo olió. Su cara expresó un gesto de decepción.

A Erica no le hizo falta que el desconocido hablara para saber lo que estaba pensando... En aquel lugar siempre le ocurría, no era que escuchara los pensamientos de la gente sino más bien una especie de presentimiento. No en vano estaba todo en su cabeza.

- Lo siento, no ha salido bien -le dijo, aunque ella ya lo sabía-. Alguno de los componentes de la reacción no era puro. Tendrás que traerlos todos de nuevo si quieres salir de aquí, y esta vez asegurarte bien de su calidad.

Erica resopló mientras se derrumbaba sobre el suelo, asumiendo las consecuencias de lo que aquello significaba. Un año llevaba encerrada en aquel lugar del que no conseguía salir, en aquel mundo loco, sin leyes de la física, donde la noche transcurría despacio y el día se consumía en un suspiro. No recordaba cómo había llegado hasta allí y de igual manera no conseguía encontrar la salida.

El desconocido se había ofrecido a ayudarla a escapar sin pedir nada a cambio, tan sólo debía llevarle los ingredientes necesarios con los que preparar un brebaje que la devolviera a su mundo. Seis meses le había costado encontrarlos todos y, ¿para qué? Había resultado en vano, debía empezar de cero. Sus esperanzas se derrumbaron como un castillo de naipes.

Pero se levantaría y continuaría luchando, su espíritu era noble y su corazón valiente, pelearía sin descanso por regresar a casa, a una casa a la que no podía llegar ya que, tras el accidente de moto, Erica estaba postrada en una cama de hospital, sumida en un coma profundo del que no conseguía despertar.

viernes, 18 de julio de 2014

El árbol de los Muertos


El árbol señalaba una bifurcación en el camino. Su tronco estaba seco, y la hojarasca a su alrededor moría igual que el propio árbol. Una de sus ramas, nudosa, se retorcía y se alargaba señalando el camino del Este.

- Es el árbol de los Muertos, señor -le dijo el niño que viajaba con él y que le hacía de guía entre los pueblos de la comarca. La peste proliferaba en la región y, de todos los médicos y sanadores de la Corona, lo habían elegido a él para acudir en su ayuda.

El médico alzó la vista hasta la última rama seca que se recortaba sobre el cielo azul. Una ráfaga de viento sopló repentinamente y agitó la maleza, emitiendo un ruido similar al de los cascabeles. Le vino a la cabeza el recuerdo del viejo druida que le había instruído en su juventud, y que realizaba danzas macabras de sangre  a la luz de una hoguera agitando unos cascabeles... se estremeció.

- ¿Por qué se llama así? -le preguntó el médico.

- Porque aquel que va en la dirección que señala el árbol nunca vuelve -le respondió con absoluta tranquilidad.

El médico palideció mientras entornaba los ojos intentando ver donde acababa el camino, pero a lo lejos descencía tras una colina y la pista se perdía. Se preguntó qué clase de horror encerraba aquella tierra que impedía el regreso de los hombres con vida. Sintió la manos frías y cierto nerviosismo en el cuerpo.

- No se asuste, señor -le dijo el chico que observó cómo comenzaba a temblar-. El motivo por el que ningún hombre regresa de allí es porque ya llegan muertos, señor. Lo que hay tras la colina es el Cementerio.

lunes, 14 de julio de 2014

Los locos de las bóvedas


Luis Cortázar era la definición del escepticismo. Nunca creía nada que no hubieran visto sus ojos, dudaba de todas las historias que se alejaran de lo que él consideraba "el comportamiento normal de las cosas." Y, por encima de todo, no creía en apariciones, fantasmas, maldiciones... Todo el plano paranormal no merecía para él más que burlas y desprecios, eran las creencias del vulgo y la incultura.

Por eso cuando le ofrecieron aquel empleo, como guarda de seguridad del turno de noche en el museo Reina Sofía, aceptó sin dudar. Toda esa leyenda de que en su interior vagaban los espirítus del antiguo hospital que había sido le parecía una atracción turística más.

Cuando en su primera noche de ronda vio, en los monitores de la zona de las bóvedas, a los dos hombres atados en cruz a la pared y dando gritos como si estuvieran siendo torturados, pensó que estaba siendo objeto de una novatada. Salió de garita de seguridad y se dirigió a la zona del antiguo hospital.

La última cámara que lo grabó fue la de los jardines de Sabatini. Nunca más se supo de él, nadie lo vio salir y nadie encontró su cuerpo dentro, aunque es de todos sabido que son centenares las galerías que se retuercen bajo los cimientos del museo...

domingo, 13 de julio de 2014

La mala curiosidad


Siempre se había preguntado por qué, de todas las ventanas de la casa de al lado, aquella situada en la primera planta era la única que tenía reja. Las cortinas del interior nunca se descorrían y Martina se preguntaba a menudo qué era lo que encerraban en aquella habitación.

Los habitantes de la casa eran una familia que a todas luces parecía normal, el padre, la madre y los dos hijos de entre diez y catorce años aproximadamente. No recibían visitas, y todos los domingos acudían con escrupulosa puntualidad a la iglesia.

Uno de aquellos domingos, la mujer llamó a la casa de Martina para pedirle un favor.

- Nuestro hijo Lucas se ha puesto enfermo y nosotros debemos acudir a misa sin falta, ¿podrías cuidar de él en nuestra ausencia? Te pagaremos.

- Claro –le respondió Martina que no se creía su suerte. Por fin iba a poder averiguar lo que escondían tras la reja.

El hijo enfermo era el mayor, que estaba tumbado en el sofá, arropado con una manta y dormitaba. Apenas se movió cuando Martina entró en el salón. Al fondo de la sala vio las escaleras que subían al primer piso y no se lo pensó dos veces. Echó una última mirada al muchacho que seguía inmóvil y se lanzó escaleras arriba.

La planta entera estaba en penumbras. Un estrecho pasillo, flanqueado por puertas cerradas, la cruzaba de norte a sur. No le hizo falta abrir una por una las habitaciones para saber cuál era la que buscaba, estaba segura de que era la única que tenía cerradura, y por supuesto estaría echada.

Se acercó sigilosa y descubrió una línea blanca en el suelo trazada frente al umbral. Estaba hecha de sal. Martina se estremeció, había leído lo suficiente como para conocer la propiedad que se le daba a la sal de proteger contra los malos espíritus. Alguien en la casa pensaba que dentro de aquella habitación había un maléfico ser del que debían protegerse.

Escuchó un gruñito en el interior, y después lo que parecían unas uñas arañando la puerta. Retrocedió con temor y se tapó la mano con la boca para ahogar un grito. Quiso salir corriendo de allí, pero la curiosidad era mayor. Vio la rendija entre el borde de la puerta y el suelo y no pudo evitarlo, se acercó y se inclinó para mirar.

Al principio solo vio oscuridad, ni una sola luz iluminaba el interior. Luego percibió un movimiento y a continuación unos ojos rojos se asomaron por el hueco, surgieron de la oscuridad como dos bolas de fuego y la miraron a ella. Los vio excitarse, llenos de ansia y furia. La criatura del interior chilló frenética y empujó la puerta con más violencia.

Martina se incorporó temblando y se santiguó tres veces. Estaba tan nerviosa que apenas si podía respirar. Se giró hacia la escalera para volver al salón y se topó con el niño enfermo, apostado en mitad del pasillo. La miraba sin pestañear.

- ¿Qué hay ahí dentro? -le preguntó Martina con un hilo de voz.

- Es mi hermano mayor -le respondió-. Durante unas vacaciones se perdió en el bosque y una jauría de lobos lo atacó. No murió, pero regresó convertido en un ser extraño... y maléfico.

- Me voy de aquí -dijo Martina intentando pasar hacia la escalera.

- No puedes -le dijo el niño agarrándola con fuerza por el brazo. Metió la mano en el bolsillo y sacó una llave pequeña-. Mi hermano tiene hambre y es su hora de comer.

viernes, 11 de julio de 2014

Los habitantes de la niebla


Eran las dos de la madrugada, llevaba conduciendo dos horas por una carreretera costera cuando, tras girar una curva, me topé con un muro de niebla que se elevaba hacia el cielo. Surgía de la nada y engullía todo el paisaje, incluyendo la carretera que desaparecía tras la cortina blanca.

Antes de internarme en el espeso banco de niebla, el coche se detuvo sin más. Su motor se apagó con un leve zumbido y se extinguió lentamente. Avancé por la inercia del vehículo hasta detenerme justo a un metro de la niebla.

Me quedé a oscuras con la única iluminación de la luna.

Intenté arrancarlo de nuevo pero no tuve suerte, había muerto. Maldije golpeando el volante con el puño, eran dos horas de vuelta andando hasta el pueblo más cercano y la opción de internarme en la niebla ni siquiera pasó por mi cabeza.

Salí del coche, la mecánica no era mi fuerte, pero quizás echando un rápido vistazo al motor pudiera averiguar lo que había pasado. Entonces vi la sombra difusa emergiendo de la niebla. Un borrón oscuro al principio que poco a poco fue adquiriendo la forma de un niño, pareció materializarse de la esencia misma de la niebla. Estaba vestido como si acabara de representar una función de Oliver Twist.

Recuerdo que me acerqué a él con cierta preocupación, ¿qué hacía un niño a aquella hora de la noche en una carretera desierta? Tenía un aspecto sereno y tranquilo, una actitud que no encajaba con la situación. Y sus ojos... cuando estuve tan cerca como para poder apreciarlos bien, vi que sus ojos eran dos puntos negros sin pupila ni iris.

Sonrío y me mostró su lengua negra. Es lo último que recuerdo.

- Lo siguiente que sé, señoría, es que me encontré rodeado de toda esa sangre. Lo empapaba todo: las paredes, el suelo, el techo... y los cadáveres de esas mujeres que ni siquiera conocía, el cuchillo en mis manos... yo...

El acusado gimió en el estrado. Parecía a punto de sufrir un ataque de ansiedad.

- ¿Pretende que nos creamos esa historia? -le preguntó el fiscal alzando una única ceja.

- Pueden creerla o no -le respondió-, pero es la verdad 

Le siguió un prolongado silencio en el que el fiscal casi dudó de su culpabilidad, pero ese sentimiento se esfumó en cuanto volvió a hablar.

- ¿Quiere decir algo más? -le preguntó.

- Sí -titubeó-. Él me poseyó... -alzó la mano y señaló a los presentes-. Todos ustedes, protéjanse de los habitantes de la niebla.

jueves, 10 de julio de 2014

Letanías en el viento


Fuera el viento arreciaba con fuerza y batía con violencia las contraventanas, que golpeaban las paredes de la cabaña a un ritmo frenético, enloquecedor... No me dejaba dormir.

Desde el principio no me pareció buena idea hacer noche en aquel refugio, perdido en mitad de la montaña, pero se nos echaba la noche encima y era imposible que llegásemos a tiempo al punto de encuentro acordado con el resto de excursionistas.

La dueña de la cabaña era una mujer de ojos oscuros y sonrisa extraña. Hacía un ruido raro al respirar, como si sufriera un ataque de asma permanente. Nos dio de cenar, a mis dos compañeros y a mí, y nos ofreció una habitación con tres camas para dormir.

Ahora mis dos compañeros roncaban en sus respectivas camas pero yo no conseguía pegar ojo. Los golpes no cesaban y estaba segura de que el viento arrastraba una voz, una voz poderosa que recitaba una letanía. Por momentos se volvía completamente audible y después se desvanecía según la fuerza del viento.

Mis nervios se tensaron. De la oscuridad total de la habitación se pasó a una tenue iluminación que se filtraba por las rendijas de la puerta. Era tan leve que sólo podía proceder de una vela. La letanía dejó de variar de volumen para mantenerse fija al otro lado de la puerta.

Me hubiera gustado decir que la voz se parecía a la de la dueña de la cabaña, pero decir eso hubiera sido mentir, porque aquella voz se asemejaba más a un gruñido gutural.

Me metí debajo de las sábanas, me envolví en ellas y recé para que todo tuviera una explicación racional. Se escuchó un leve gemido cuando la puerta se abrió y unos pasos avanzar por la habitación. A través de las sábanas vi su sombra caminar hacia mí, vi sus ojos relucir de un modo que no podía ser humano. Lo vi acercarse e inclinarse...

...Me zarandeó, me zarandeaban...

- Despierta, Julia. Que nos vamos.

Abrí los ojos a la cegadora luz del día. Me costó darme cuenta de dónde estaba, de qué había pasado. Mis compañeros de excursión estaban recogiendo sus pertenencias para ponerse en marcha.

Recordé la agonía de la noche anterior... la sensación de claustrofobia y pánico se deshacía bajo los haces de luz. Tal vez todo había sido un sueño.

Me incorporé y puse los pies sobre el suelo... y entonces se pringaron de una sustancia aceitosa que parecía cera, como la que cae de una vela.

- Qué demonios... -maldije, pero me interrumpí.

Juntó a la cama había dos nítidas huellas de pies enormes...

martes, 8 de julio de 2014

Instinto cazador


- No, no, no... -balbuceó Amanda retrocediendo del hombre que se acercaba-. Tú estás muerto... te enterramos, Joan.

Sin embargo, tres días después, su marido estaba ahí frente a ella. Había regresado a casa, más pálido y ojeroso que de costumbre, pero no podía dudar de que era él.

- ¿Qué dices, Amanda? -preguntó él con la misma voz de siempre-. Tan solo he estado de viaje.

Ella ahogó un grito cuando su marido quiso tocarla. Retrocedió hasta quedar arrinconada entre la pared y la mesa del comedor.

- No -gimió ella-. Te atacaron durante el viaje, en la entrada del hotel, Joan... regresaste en un ataud de madera y te enterramos hace tres días... yo misma arrojé la primera palada de tierra sobre tu tumba...

- Eso no tiene sentido, Amanda -él se acercó aún más a su mujer. No entendía lo que estaba pasando, no sabía a qué se refería-. Yo estoy perfectamente, mírame, sano y salvo. Tan solo tengo una sed terrible del viaje, ¿podrías traerme un vaso de agua, querida? Después nos sentaremos y hablaremos hasta aclarar este desaguisado.

La mujer se escabulló hacia la cocina temblando de arriba abajo, cogió un vaso y lo llenó con agua del grifo. De regreso al comedor derramó la mitad del contenido sobre el parqué debido a los temblores que la sacudían. Sus articulaciones se habían transformado en gelatina.

Allí estaba Joan, sonriéndole desde el sofá. Era él, es decir, parecía él, porque Amanda estaba segura de lo que había vivido en las últimas horas.

El hombre se bebió el vaso de un sólo trago y luego atrajo a su mujer con cariño hasta que la recostó sobre su pecho. Olía como Joan, hablaba y se comportaba como él, pero Amanda seguía resistiéndose a creer que fuera su marido.

- A ver -dijo Joan-, cuéntame desde el principio qué es esa estupidez de que me enterrásteis hace tres días.

Ella tembló de nuevo entre sus brazos antes de comenzar a hablar y, cuando finalmente lo hizo, Joan no pudo escucharla, seguía teniendo mucha sed. Le abrasaba la garganta y le impedía pensar en otra cosa. ¿Qué era lo que le había dicho aquel desconocido durante el viaje, aquel que le asaltó a la entrada del hotel?

"Abre los ojos a un nuevo instinto cazador."

¿Qué había pasado después? No lo recordaba.

Vio a su mujer tumbada sobre él, parecía más tranquila. Deslizó el dedo por su delicado cuello y lo sintió caliente, igual que la sangre que fluía bajo él. Escuchó latir su corazón apresuradamente, bombeando la sangre roja, fresca, deliciosa... tenía tanta sed.

Su nuevo instinto resurgió en él, violento, agresivo, sangriento. Se inclinó con furia sobre su cuello y sació la sed entre los gritos agónicos de su mujer.

Amorales recompensas


Tanto visitante inesperado le atacaba los nervios.

Rosalía le había asegurado que serían pocos los que acudirían al tanatorio a velar a su marido; que había sido un hombre hosco, sin modales y con escasos amigos. Sin embargo, a la hora de la verdad, el lugar estaba abarrotado de gente que presentaba sus condolencias a la compungida viuda.

Miquel la observó silencioso desde el rincón más oscuro de la salita de cafés. Se mordisqueaba las uñas sin parar y su tic nervioso estaba descontrolado.

No podía aguantar más, deseaba con urgencia que se esfumara todo el mundo para que ella pudiera darle al fin su placentera recompensa por haberla librado de "una pesada carga".

domingo, 6 de julio de 2014

De asesinos descuidados


El inspector René miró el cadáver desmembrado al final del callejón sin salida y después consultó su reloj de bolsillo con las iniciales RC grabadas en el dorso. El becario llegaba tarde, para variar.

Había mucha más policía en la escena de lo que le hubiese gustado, probablemente acabarían por contaminar pruebas. Se había acordonado toda una franja del callejón, donde se apreciaban sobre la tierra las huellas de lo que parecían las patas traseras de un oso, o de algo aún mayor... Las huellas se acercaban a la víctima pero no retornaban, lo que dejaba intuir que el animal habría saltado por encima del muro de ladrillo, de unos dos metros y medio de altura.

- ¡Madre de mi vida! -escuchó a su espalda la exclamación de su pupilo-. Este hombre está esparcido por todo el callejón.

- Haz el favor, no seas tan burdo -le reprendió René sacando de su bolsillo el paquete de Pall Mall.

- ¿Pero es que usted no ha visto eso? -dijo señalando uno de los pies de la víctima, apostado en la esquina opuesta al cuerpo-. Ese oso se ha ensañado con él.

- Dudo que haya sido un oso -le dijo. Se encendió un cigarro y dio una profunda calada.

- Bueno, el animal que haya sido -le respondió el becario encogiéndose de hombros.

- No ha sido ningún animal, mon ami, ¿o es que ves sangre en algún lugar?

A pesar de que el callejón estaba muy mal iluminado y de que comenzaba a anochecer, cualquier rastro de sangre hubiera sido aún visible. El inspector tenía razón, algo no encajaba en aquella escena.

- El ataque no se produjo aquí -concluyó el becario.

- Correcto. Y dado que ningún animal, que yo tenga constancia, es capaz de transportar un cuerpo y todas sus partes desmembradas de un lugar a otro, podemos deducir que nuestro atacante era humano.

- Y que ha intentado camuflar su asesinato como el ataque de un animal.

René asintió. Parecía que por fin su pupilo estaba aprendiendo.

- Pero, ¿y las huellas del suelo? -le preguntó aún algo confuso-. ¿Y cómo libró los casi tres metros del muro?

- Investiguemos un poco más -le respondió el inspector dirigiéndose al final del callejón.

El becario observó como René se arrodillaba junto al muro e iba golpeando con los nudillos los ladrillos de la mampostería hasta que uno de ellos se deslizó y cayó al otro lado. A su alrededor se desmoronaron algunos más y dejaron un hueco por el que podría pasar un hombre gateando a cuatro patas.

El inspector arrojó a un lado su cigarro y, sin dudar ni un segundo, se coló por el agujero. El becario lo siguió con más recelo del que mostraba su superior.

Aparecieron el final de otro callejón más oscuro y húmedo que el primero. René sacó una pequeña linterna de su bolsillo y alumbró el suelo: las huellas de oso seguían por aquel lado. Las siguieron hasta unos contenedores de basura donde, por arte de magia, desaparecían.

- Sujeta -le dijo al becario tendiéndole la linterna-, y alumbra ahí detras.

En la parte posterior de los cubos encontraron unas enormes botas hechas a partir de las patas traseras de un oso. El inspector las observó con detenimiento y estudió el forro con el que habían recubierto el interior. Metió la mano hasta el fondo y desgarró la tela.

- Alumbra -le pidió al becario que seguía sujetando la linterna.

En el trozo de forro que había sacado el inspector de la bota se leía: "Peletería Galán." La sonrisa de René brilló en el oscuro callejón.

- Bueno, esto nos limita bastante la búsqueda, ¿no te parece, mon ami?

Premio Best Blog

¡Buenas y feliz Domingo!

En primer lugar agradecer a mi queridísima Gema Vallejo y a su blog Beyond a writer's mind, www.http://beyondawritersmind.blogspot.com.es/, por haber pensado en mí para este premio. Ojalá que nunca dejes de escribir y puedas compaginarlo con el oceanográfico, donde estoy segura que acabarás trabajando ;)

Así que once cosas sobre mí, ¿no? Creo que me pides demasiado... para conocerme bien simplemente me basta con decir que nací hace 28 años, que viví y me crié en un pueblecito de menos de dos mil habitantes y que mi pasión por el dibujo técnico y la formas geométricas me llevaron a ser Ingeniera de Caminos.

y aquí van mis respuestas a tus once preguntas:

1. ¿Qué te hizo crearte un blog?
Supongo que necesitaba que alguien más objetivo que mi familia y amigos me dijeran si de verdad merece la pena y es bueno lo que escribo.

2. ¿Has abandonado el blog o lo has pensado alguna vez?
Aisss.. tengo que reconocer que sí. Tuve una temporada complicada en el trabajo y estuve más de cuatro meses sin publicar nada.

3. ¿Qué objeto tienes ahora mismo a tu izquierda? Háblanos un poco de él.
Mi móvil. ¿Qué puedo decir de él? Que podría colapsar si desapareciera aunque solo fuera media hora.

4. ¿Qué buscas en un buen libro?
Que me entretenga y que esté bien escrito, lo que no ocurrirá si no se cumple lo primero.

5. ¿Ebooks o libros en papel?
Papel sin duda.

6. ¿Tienes alguna consola? En caso afirmativo, ¿qué juegos tienes?
Ay sí! Mi amada PlayStation... ojalá tuviera más tiempo para darle uso :(

7. ¿Roleas por foro, en mesa, por twitter? Cuéntanos un poco de tu experiencia.
No, de esto me libro.

8. ¿Planes para estas vacaciones?
A disfrutar de la paz y tranquilidad de mi pueblo, y un poquito de playa, por supuesto.

9. ¿Cuál fue la última carta que escribiste? ¿Y la que recibiste? En caso de no recordar, me vale algún correo.
Recibí hace dos días una invitación de boda, yujuuuuu!!! Escribir, escribir... ¿los mails de trabajo valen? XD

10. ¿Qué es lo último que has comprado?
Casualmente dos libros: "Fuego blanco" de Preston&Child, y "El cazador de sueños" de Stephen King.

11. Nombra tres cosas que te hagan feliz.
Muy simples: Los sábados por la mañana; el tiempo con mi familia, mi novio, mis amigas; y por supuesto, escribir.

Lo de nominar me da taaaaanta pereza... que tal vez lo deje para otro día ;)


Feliz día a tod@s!!

viernes, 4 de julio de 2014

Cantos de sirena


El hermoso canto llegó a sus oídos antes de que tuvieran tiempo de reaccionar, embriagándolos y anulando todo su pensamiento racional. Toda la tripulación de “La Quimera” se arremolinó a estribor, de donde procedía con más nitidez el canto.

El capitán salió del camarote con los ojos desorbitados. El sudor perlaba su frente y había humedecido su espesa barba negra. La mano temblaba con brusquedad mientras se colocaba apresuradamente el sombrero.

Rugió como si estuviera poseído por una pantera del desierto pero apenas consiguió llamar la atención de su tripulación, aún absorta en la música que llenaba el aire.

- ¡No escuchéis a las sirenas! –gritó colocándose entre ellos-. ¡Eh, todos! ¡Miradme! ¡Oídme! ¡No escuchéis su canto de muerte!

- Pero es hermoso –dijeron algunos.

- ¡Os devorarán! ¡Oídme todos! –los empujó y los golpeó para que reaccionaran-. Yo amé una vez a una y estuvo a punto de costarme la vida.

La tripulación al completo rodeó la cabeza para mirar al capitán. Costaba creer que aquel rudo y primitivo corsario hubiera amado alguna vez.

- Estaba varada en la orilla –les contó-, junto a unas rocas. Tenía la cola atascada entre unas redes olvidadas y no conseguía liberarse. Me acerqué, empuñando mi espada,  dispuesto a acabar con la vida de uno de los más viles depredadores de nuestros océanos, pero una sola mirada suya bastó para detener mi mano.

“Sus ojos negros tenían la fuerza de diez mil ejércitos, y supe al instante que daría mi vida por ella. La liberé de su prisión y me sonrió antes de desaparecer, fue aquella sonrisa la que atrapó mi alma y se quedó con mi destino, con mi camino, con mi dicha… Vagué durante años por los mares tras su rastro, ansiando su boca, sediento de su sonrisa; queriendo protegerla del mundo cuando lo que realmente necesitaba es que alguien me protegiera de ella.

“Cuando finalmente di con ella, cuando su hermoso canto me llevó ante su presencia, quise acariciar su delicado rostro y amarla hasta el anochecer de mis días, pero entonces ella me mostró su verdadera apariencia: era un miserable monstruo salido del infierno. Intentó matarme para saciar su hambre sin importarle lo que yo hubiera hecho por ella... gracias a los dioses que conseguí reaccionar a tiempo y logré escapar.

“No pude acabar con su vida pues, aunque solo hubiera sido una ilusión, aún amaba la sonrisa que había visto en sus labios. Aún hoy la llevo dentro, y me sigue doliendo su recuerdo…

El capitán terminó su historia y, pese a que sus facciones seguían demostrando bravura, sus ojos brillaban más de lo habitual.

Los tripulantes se miraron nerviosos y prestaron atención a sus oídos: los cantos se habían extinguido, "La Quimera" había seguido su curso y el viento ya solo traía el suave murmullo del mar.

jueves, 3 de julio de 2014

Terribles reflexiones


Cuando despiertas entre noche de una terrible pesadilla, reconforta en muchos sentidos girarte y abrazar a esa persona con la que compartes la cama, con la que has decidido pasar el resto de tu vida, con la que sabes que estás seguro... Sientes que no estás solo, y su contacto te devuelve al mundo real, donde las grandes amenazas oníricas lejos están de perturbar tu día a día.

Pero, ¿qué pasaría si un día te despiertas de uno más de tus oscuros sueños y no encuentras más que vacío en tu cama? ¿Qué pasaría si te levantaras y registraras la casa en su busca y lo hallaras en el sótano, limpiando a media luz cuchillos bañados en sangre hasta la empuñadura?

¿Qué harías entonces cuando despertaras de una terrible pesadilla? ¿Buscarías también reconfortarte con su abrazo...

miércoles, 2 de julio de 2014

Premio Infinity Dreams

En primer lugar, quisiera agradecer desde lo más profundo de mi Imaginación a Alba Garzón y su genial blog www.lugarllamadopensamiento.blogspot.com.es por esta nominación, que me hace tanta o más ilusión.

Interesantes preguntas las que nos propones :) Ahí van mis respuestas:

1.- Cita famosa o palabra que mejor te describe
La tengo en mi blog y me identifico totalmente con ella: "Si puedes vivir sin escribir, no escribas." Para mí escribir no es un hobbie o algo que hacer en tus momentos libres, para mí escribir es una forma de vida una parte esencial de mi existencia.

2.- ¿Prefieres leer libros en papel o digitales?
Papel sin duda, adoro el olor de los libros nuevos. Me encanta abrirlos y pasar las hojas rápidamente aspirando el aroma que dejan... es como una cata de libros.

3.- ¿Te gustaría trabajar en el mundo de la literatura o te gusta más como hobby?
Mi sueño sería poder vivir de lo que escribo.

4.- ¿Qué libro te ha hecho llorar?
Pues he leído grandes historias emocionantes y que verdaderamente me han tocado el alma, pero recuerdo con gran intensidad el final de "La leyenda del Navegante". Es un libro que a priori puede parecer como cualquier otro de aventuras, pero que tiene unos versos finales que nunca podré olvidar.

5.- ¿Has conocido algún/a escritor/a famos@? Si no lo has hecho, ¿a quién te gustaría conocer?
Pues, teniendo en cuenta que prácticamente he leído todo lo publicado por Stephen King, me encantaría conocer y poder hablar con el gran maestro del terror. 

6.- ¿Qué usuari@ de G+ es el que más visitas para ver sus publicaciones?
En el blog de Gema Vallejo, www.beyondawritersmind.blogspot.com.es, encuentro grandes historias y tiene una actividad frenética. Creo que es el que más visito.

7.- ¿Dirías que la escritura ha mejorado tu vida o no ha cambiado gran cosa de ella?
La escritura forma parte de mi vida, solo puede mejorarla :)

8.- ¿Cómo describirías tu blog en pocas palabras?
Pura Imaginación.

9.- ¿Has participado en algún concurso literario? Si es así, ¿has recibido algún premio literario?
Sí, claro. He participado en muchos concursos y en alguno, por estadística, ha caído premio. 

10.- ¿Cuánto tiempo hace que empezaste a escribir?
Uf... imposible de decir. Desde que tengo uso de razón.

11.- ¿Qué es lo que más te gusta de mi blog?
Pues si el mío era Pura Imaginación, al tuyo además de imaginación hay que sumarle el Puro Sentimiento y Magia. Tu blog tiene alma, Alba, y me encanta entrar a sentir lo que escribes. Sigue dándonos eso ;)

martes, 1 de julio de 2014

Pequeñas venganzas

Cuando Enrique salió al jardín de su casa, cerveza en mano, a descansar después de un duro día de trabajo, se encontró con el coche estampado contra el árbol. Aún echaba humo por el capó, que se había fusionado con el tronco, formando una única unidad heterogénea.

Todas sus plantas y los rosales, que cuidaba con tanto mimo, habían sido arrasados por las ruedas del vehículo con tanto atino que parecía que lo hubieran hecho adrede. Ni una solo se había salvado, por no mencionar el estado en el que había quedado la valla...

Un observador ajeno a la historia habría deducido sin duda que allí se había producido un fatídico accidente, sin embargo, si Enrique hubiera llegado quince minutos antes, habría visto a su vecino haciendo ruedas sobre sus plantas y empotrando el coche de su reciente ex mujer contra el árbol de su jardín.

- Miremos el lado bueno -se dijo Enrique mientras daba el primer trago a la lata de cerveza-, al menos podré decirle a Susi que hemos recuperado su coche.

Eructó, se rascó el trasero y alzó el dedo anular hacia la casa de su vecino.

domingo, 29 de junio de 2014

El regalo para la princesa


El mercader recolocó una de las piedras de su tenderete que se había volcado tras el paso de un camello. Comerciaba con rocas de colores llamativos que encontraba en sus largas caminatas por el desierto.

Hacía un calor abrasador, a pesar de los toldos que cubrían las calles del mercado, y Jasim se levantó ligeramente el turbante para refrescar su cabeza.

Una pareja se acercó a su puesto y la mujer cogió una de las piedras con cuidado.

- ¿Cuánto por ella? –le preguntó.
- Son veinte dírhams –le contestó Jasim.
- ¡Veinte dírhams! –exclamó el hombre que la acompañaba-. Es demasiado por una piedra.
- No es una piedra cualquiera –le dijo Jasim-, esa piedra en especial guarda una dolorosa historia detrás. ¿Le gustaría conocerla?
- Claro –le respondió la mujer con una sonrisa.

- En el país vecino –comenzó a narrar el comerciante-, el sultán decidió que era el momento de que su hija, la princesa Ameera, contrajera matrimonio. Para encontrar al mejor pretendiente, organizó una lujosa recepción entre los más acaudalados hombres del país para que pudieran conocer a la princesa. Aquel que tras la recepción estuviera interesado en contraer matrimonio con ella, debería hacerle llegar un regalo, y luego ella elegiría entre todos los presentes el que más le gustara.

“Pero durante la recepción, la princesa se fijó, no en uno de los acaudalados hombres de negocios, sino en uno de los camareros que servían el cóctel. Se quedaron profundamente enamorados el uno del otro y el joven camarero le prometió a la princesa que le mandaría el regalo más bello de todos.

“El joven invirtió todos los ahorros que había acumulado durante su vida en comprar el collar más hermoso que la princesa hubiera visto y lo hizo llegar a palacio. Sin embargo el sultán, que tenía ojos y oídos en todo el país, se enteró de la promesa hecha por el camarero, y no podía permitir que su joya, su única hija, se casara con un pobre camarero, así que cogió el collar del joven y mandó que lo hacieran desaparecer.

“Cuando la princesa buscó entre los regalos de los pretendientes, no encontró ninguno que llenara su corazón como había esperado. Buscó con la mirada a su padre y él se acercó con rostro compungido.

“- Lo siento hija mía -le diijo-, pero el regalo que esperabas no ha llegado. Al final el joven se arrepintió de su promesa.

“A la princesa se le partió el corazón, sus ojos comenzaron a llorar y nunca más pararon.

El comerciante hizo una pausa antes del alegato final.

- La piedra que tenéis en las manos, señorita –dijo-, es la que adornaba el collar del joven camarero.

La mujer se quedó encantada con la historia que había detrás de la piedra, y pagó con gusto los veinte dírhams que pedía el comerciante.

Jasim guardó las ganancias y volvió a levantarse el turbante para airear su abrasada cabeza.

Una niña se acercó corriendo a su puesto y agarró otra de sus piedras para enseñársela a su madre, que venía detrás.

- ¿Cuánto por ella? –preguntó la madre.
- Son veinte dírhams –le contestó Jasim.
- ¿No podríamos dejarlo en diez? –regateó.
- Es que ésta no es una piedra cualquiera –le dijo Jasim-, es una piedra especial que guarda una dolorosa historia detrás. ¿Le gustaría conocerla?