Siempre
se había preguntado por qué, de todas las ventanas de la casa de al lado,
aquella situada en la primera planta era la única que tenía reja. Las cortinas
del interior nunca se descorrían y Martina se preguntaba a menudo qué era lo
que encerraban en aquella habitación.
Los
habitantes de la casa eran una familia que a todas luces parecía normal, el
padre, la madre y los dos hijos de entre diez y catorce años aproximadamente.
No recibían visitas, y todos los domingos acudían con escrupulosa puntualidad a
la iglesia.
Uno de
aquellos domingos, la mujer llamó a la casa de Martina para pedirle un favor.
-
Nuestro hijo Lucas se ha puesto enfermo y nosotros debemos acudir a misa sin
falta, ¿podrías cuidar de él en nuestra ausencia? Te pagaremos.
- Claro
–le respondió Martina que no se creía su suerte. Por fin iba a poder averiguar
lo que escondían tras la reja.
El hijo
enfermo era el mayor, que estaba tumbado en el sofá, arropado con una manta y
dormitaba. Apenas se movió cuando Martina entró en el salón. Al fondo de la sala
vio las escaleras que subían al primer piso y no se lo pensó dos veces. Echó
una última mirada al muchacho que seguía inmóvil y se lanzó escaleras arriba.
La
planta entera estaba en penumbras. Un estrecho pasillo, flanqueado por puertas
cerradas, la cruzaba de norte a sur. No le hizo falta abrir una por una las
habitaciones para saber cuál era la que buscaba, estaba segura de que era la
única que tenía cerradura, y por supuesto estaría echada.
Se
acercó sigilosa y descubrió una línea blanca en el suelo trazada frente al
umbral. Estaba hecha de sal. Martina se estremeció, había leído lo suficiente
como para conocer la propiedad que se le daba a la sal de proteger contra los
malos espíritus. Alguien en la casa pensaba que dentro de aquella habitación había
un maléfico ser del que debían protegerse.
Escuchó
un gruñito en el interior, y después lo que parecían unas uñas arañando la
puerta. Retrocedió con temor y se tapó la mano con la boca para ahogar un
grito. Quiso salir corriendo de allí, pero la curiosidad era mayor. Vio la
rendija entre el borde de la puerta y el suelo y no pudo evitarlo, se acercó y
se inclinó para mirar.
Al
principio solo vio oscuridad, ni una sola luz iluminaba el interior. Luego
percibió un movimiento y a continuación unos ojos rojos se asomaron por el
hueco, surgieron de la oscuridad como dos bolas de fuego y la miraron a ella.
Los vio excitarse, llenos de ansia y furia. La criatura del interior chilló
frenética y empujó la puerta con más violencia.
Martina
se incorporó temblando y se santiguó tres veces. Estaba tan nerviosa que apenas
si podía respirar. Se giró hacia la escalera para volver al salón y se topó con
el niño enfermo, apostado en mitad del pasillo. La miraba sin pestañear.
- ¿Qué
hay ahí dentro? -le preguntó Martina con un hilo de voz.
- Es mi
hermano mayor -le respondió-. Durante unas vacaciones se perdió en el bosque y
una jauría de lobos lo atacó. No murió, pero regresó convertido en un ser
extraño... y maléfico.
- Me voy
de aquí -dijo Martina intentando pasar hacia la escalera.
- No
puedes -le dijo el niño agarrándola con fuerza por el brazo. Metió la mano en
el bolsillo y sacó una llave pequeña-. Mi hermano tiene hambre y es su hora de
comer.
¡Wow! Definitivamente el final me tomó por sorpresa.
ResponderEliminarMaravilloso, continúa escribiendo!
Muchísimas gracias por tu comentario y por tu ánimo! Espero que sigas leyendo por aquí!! Muchas gracias de nuevo y feliz día!
EliminarMuy buen relato Angela, no me esperaba ese final, sorpresivo, abrazos
ResponderEliminarMuchas gracias Alejandra!! Siempre es un placer recibir un comentario que venga de ti, con lo buenos y entretenidos que son los tuyos ;)
EliminarUn besazo linda!!
Coincido con las opiniones anteriores. Buen final, me ha gustado mucho. No puedo más que compartirlo.
ResponderEliminarMuchísimas gracias!!! Me alegro muchísimo que te haya gustado y mil gracias por compartilo!! Espero que sigas pasando por aquí!! :)
EliminarSaludos!!
arghrghrgrhgrhrghr!!!!! Qué mala eres, Ángela!!! ¿Cómo le puedes hacer eso a Martina? Y lo que es peor... ¡a nosotros! Con lo cobarde que soy yo... Madre... Ni loco subo yo a investigar (aunquen sospecho que hubiera subido o no, el resultado habría sido el mismo, jeje)
ResponderEliminarLo de la sal en el suelo de la puerta me ha recordado a Supernatural (Sobrenatural) y a los hermanos Winchester.
Me ha encantado la historia, he tratado de aocnsejar a Martina que no fuera tan curiosa y todo... jejeje
Saludos y gracias por compartir estas historias.
Ay!! Muchísimas gracias por tus palabras!! Siempre es estupendo oír que los lectores se involucran con los personajes jejeje!! La pobre Martina no tenía mucho que hacer, la única salvación posible era no haber entrado en la casa... pero gracias por tu intento de salvarla jeje
EliminarQue tengas un buen día, Ramón!! Saludos
Huy, cualquiera va a casa de ésos a la hora de la merienda...jejeje. La curiosidad mató a la gata, en este caso, pobrecilla.
ResponderEliminarComparto también este relato que no te había leído aún, querida Ángela. Más besos y muy feliz semanita.
Vaya q sorpresa!!! No esperaba ese final!!
ResponderEliminarFantástico!!
Muy buen cuento, Ángela. Me gustó mucho como lo estructuraste y fuiste generando tensión.
ResponderEliminarSaludos!
La última frase me sacó una sonrisilla malévola. Me encantó, tanto su narración, como su terrorífico argumento. Espectacular, relato, Ángela. Saludos.
ResponderEliminarAngela sos grande para escribir, de verdad :O...
ResponderEliminarUn abrazo mujer.