El hermoso canto llegó a sus oídos
antes de que tuvieran tiempo de reaccionar, embriagándolos y anulando todo su
pensamiento racional. Toda la tripulación de “La Quimera” se arremolinó a
estribor, de donde procedía con más nitidez el canto.
El capitán salió del camarote con
los ojos desorbitados. El sudor perlaba su frente y había humedecido su espesa
barba negra. La mano temblaba con brusquedad mientras se colocaba
apresuradamente el sombrero.
Rugió como si estuviera poseído
por una pantera del desierto pero apenas consiguió llamar la atención de su
tripulación, aún absorta en la música que llenaba el aire.
- ¡No escuchéis a las sirenas! –gritó
colocándose entre ellos-. ¡Eh, todos! ¡Miradme! ¡Oídme! ¡No escuchéis su canto
de muerte!
- Pero es hermoso –dijeron algunos.
- ¡Os devorarán! ¡Oídme todos! –los
empujó y los golpeó para que reaccionaran-. Yo amé una vez a una y estuvo a
punto de costarme la vida.
La tripulación al completo rodeó
la cabeza para mirar al capitán. Costaba creer que aquel rudo y primitivo
corsario hubiera amado alguna vez.
- Estaba varada en la orilla –les
contó-, junto a unas rocas. Tenía la cola atascada entre unas redes olvidadas y
no conseguía liberarse. Me acerqué, empuñando mi espada, dispuesto a acabar con la vida de uno de los
más viles depredadores de nuestros océanos, pero una sola mirada suya bastó
para detener mi mano.
“Sus ojos negros tenían la fuerza
de diez mil ejércitos, y supe al instante que daría mi vida por ella. La liberé
de su prisión y me sonrió antes de desaparecer, fue aquella sonrisa la que
atrapó mi alma y se quedó con mi destino, con mi camino, con mi dicha… Vagué
durante años por los mares tras su rastro, ansiando su boca, sediento de su sonrisa;
queriendo protegerla del mundo cuando lo que realmente necesitaba es que
alguien me protegiera de ella.
“Cuando finalmente di con ella,
cuando su hermoso canto me llevó ante su presencia, quise acariciar su delicado
rostro y amarla hasta el anochecer de mis días, pero entonces ella me mostró su
verdadera apariencia: era un miserable monstruo salido del infierno. Intentó
matarme para saciar su hambre sin importarle lo que yo hubiera hecho por ella... gracias a los dioses que conseguí reaccionar a
tiempo y logré escapar.
“No pude acabar con su vida pues,
aunque solo hubiera sido una ilusión, aún amaba la sonrisa que había visto en
sus labios. Aún hoy la llevo dentro, y me sigue doliendo su recuerdo…
El capitán terminó su historia y,
pese a que sus facciones seguían demostrando bravura, sus ojos brillaban más de lo
habitual.
Quiero creer que la sirena escuchó la idea, comprendió el mensaje y dejó de cantar.
ResponderEliminarQuiero creerlo mucho.
Es decir, no me vas a convencer de lo contrario.
Me ha gustado mucho como comprenderás, una historia muy bonita. Aunque me dolió cuando llamó monstruo a la sirena. Pero aún así, me ha encantado.
¡Un besín!
Jejeje!! Gracias Gema!! Es una opción, que la sirena del capitán dejara de cantar y les perdonara la vida, no seré yo quien te diga cómo interpretar mi relato ;) Así queda un bonito final!
EliminarUn besote guapa!!
Me parece muy bien que no me lleves la contraria, así tiene que ser jajaja
EliminarEn fin, que venía para decirte que te he dejado un premio en el blog, espero que te guste :)
http://beyondawritersmind.blogspot.com.es/2014/07/premios-variados.html
Muy bueno el relato, de las sirenas bellas aparentemente, me gustó la reflexión del corsario. Al fin, la experiencia de uno puede servir de ejemplo a otros y salvar vidas, feliz finde Angela
ResponderEliminarMuchas gracias, Alejandra!! Me alegro que te haya gustado y hayas sacado una reflexión de ella!! Un besito y feliz finde!!
EliminarGenial historia. Por lo visto tenemos una percecpción parecida de las sirenas, jejeje
ResponderEliminarYo escribí un relato hace unos meses (para un concurso, y cuando volví a no ganar, lo publiqué en el blog).
Me ha gustado mucho, soy muy fan de tus historias : )
Saludos!