lunes, 30 de marzo de 2015

13. El Maestro de Símbolos


Los pasadizos formaban un intrincado laberinto de galerías, escaleras y puertas secretas apenas iluminadas por la escasa luz que se filtraba del exterior. Dani estuvo a punto de caerse un par de veces debido a la falta de luz y al suelo irregular.

Se colaron por una estrecha puerta escondida entre dos gruesas columnas de acero y accedieron al interior de una habitación cuadrada a través de un armario empotrado en la pared.

Dani no dejaba de asombrarse ante las maravillas que aquel nuevo mundo le ofrecía. Jamás abandonaría Bambala, haría lo que fuese necesario.

La habitación estaba iluminada por un gran candelabro de tres brazos que colgaba del techo en el centro de la estancia. Además del armario por el que habían entrado, una cama, una mesa con cuatro sillas y un hornillo componían el resto del mobiliario. La única comunicación con el exterior era una desvencijada puerta de madera que amenazaba con venirse abajo, ni una sola ventana en ninguna de las cuatro paredes.

Una empinada rampa en un rincón conducía al piso de arriba.

- Es todo muy… austero –dijo Dizzie.

- El Maestro ha consagrado su vida al estudio de las Marcas –dijo Amelia-. No necesita nada más.

- ¿Y los libros? –preguntó Dani.

- El estudio está arriba, pero nosotros le esperaremos aquí abajo.

- Siento que te estén persiguiendo por nuestra culpa –le dijo Dani.

Ella no respondió. Se agachó junto a la mesa y sacó de debajo una canasta con unas cuantas hogazas de pan. Cogió una y se la lanzó al chico que comenzó a devorarla al instante.

- ¿Quieres una, Adrazel? –le preguntó.

- No, gracias. Para mí con el caldo ha sido suficiente.

Dani y Dizzie se sentaron dos sillas alrededor de la mesa mientras Amelia subía al piso de arriba. Regresó a los pocos minutos con un papel amarillento, una pluma y un bote de tinta entre las manos, y los colocó delante de Dani.

- ¿Podrías dibujar la Marca que viste sobre la Luna? –le preguntó.

- Claro, si me enseñas a usar eso antes –dijo señalando la pluma.

Amelia destapó con cuidado el corcho que mantenía cerrado el bote de tinta e introdujo la punta de la pluma en él. Una vez se hubo empapado bien, se la tendió al chico.

- ¿Ves? –le dijo-. No tiene mucha complicación.

Dani la agarró con torpeza y comenzó a trazar líneas en la hoja según recordaba el símbolo dorado que había visto en la Luna. Amelia y Dizzie le observaban sin pestañear, con los cuerpos rígidos y sin apenas moverse.

Cuando terminó, empujó el pergamino amarillo al centro de la mesa para que ambos pudieran verlo. Dizzie miró a Amelia.

- ¿Y bien?

- Y bien qué –le dijo ella-. Yo no soy Maestra de Símbolos, no tengo ni idea de cómo se pronuncia eso.

- Pues si no recuerdo mal, estudiaste las Marcas con el Maestro casi desde tu nacimiento, algo podrías haber aprendido.

- ¿Qué estás insinuando, Adrazel?

Amelia levantó la mano con los dedos índice y corazón erguidos delante de los bigotes del felino.

- ¿Me estáis amenazando, princesa? –le preguntó Dizzie con los ojos amarillos.

En ese momento la puerta de la casa se abrió con un quejido lastimoso y una silueta se perfiló en el umbral.

- No toleraré amenazas en esta casa –dijo.

Amelia bajó enseguida la mano y la escondió detrás de su espalda.

- Buenas noches, Maestro –dijo inclinando ligeramente la cabeza-. Disculpad esta intromisión en vuestra casa.

- No es la intromisión lo que me molesta, sino las voces que vengo escuchando desde que doblé la esquina. ¿Se puede saber qué está pasando aquí?

El Maestro de Símbolos avanzó despacio por la habitación hacia la mesa. Un pequeño bastón aseguraba sus torpes pasos y Dani no pudo evitar mirarlo fijamente con la boca abierta. Le parecía un milagro estar presenciando el lento caminar a dos patas de una tortuga dirigiéndose hacia ellos.

- Venga, siéntese a la mesa –le dijo Amelia-. Hay algo que quiero enseñarle.

Cuando el Maestro entró en el círculo de luz del candelabro, Dani pudo observar los centenares de anillos que poblaban su enorme caparazón. Era la tortuga con más años que había visto en su vida.

- Pero, ¿dónde quedó tu educación, querida Amelia? ¿No me presentas a mis invitados?

- Sí, perdón Maestro.

La tortuga se sentó a la mesa frente al chico y el felino. Sus pequeños ojos negros y su sonrisa benévola tranquilizaron a Dani.

- Él es Maese Adrazel, gobernador de Calendra hasta la llegada del Nigromante.

- Te conozco Maese Adrazel –le dijo con un hablar lento, arrastrando las palabras-. Hace mucho que no pisas estas tierras.

- Me expulsaron, Maestro –dijo Dizzie-. Fui condenado al Exilio acusado de colaborar con rebeldes.

- Comprendo. ¿Y él?

- Él es un habitante del Exterior –dijo Amelia-. Su nombre es Daniel.

La tortuga permaneció un buen rato observando al chico. Sus diminutos ojos lo recorrieron de hito en hito y Dani terminó por revolverse incómodo en su silla.

- Hueles igual que mi querida Amelia cuando regresa del Exterior –dijo sin perder la sonrisa-. Ese mar vuestro deber ser magnánimo para impregnar todo de ese olor tan especial.

Dani no supo qué decir. Se sentía intimidado por la anciana tortuga y su forma de mirarle.

- Tomad, Maestro –dijo Amelia acercándole el papel amarillo-. ¿Qué nos podéis decir de esta Marca?

- Que es la Marca del Nigromante –dijo sin apenas mirarla.

- ¿Cómo? ¿Ya la conocíais?

- Llevo un tiempo viéndola sobre la Luna.

- ¿Y por qué no me habíais dicho nada, Maestro?

- De qué sirve que vea la Marca, querida Amelia, si no puedo pronunciarla. He estado sondeando sus trazos, intentando desentrañar los misterios que encierran sus líneas, consultando libros antiguos de bibliotecas prohibidas, pero su pronunciación se esconde tras un muro infranqueable.

Agarró el papel con el dibujo de la Marca y lo arrugó con sus patas nudosas.

- No quiero esto en mi casa –dijo-. Ahora decidme quién de vosotros es el que ha visto la Marca. Ha sido el forastero, ¿verdad?

Dani se sonrojó y asintió.

- Hemos venido a consultarle, Maestro –dijo Dizzie-. Tal vez usted sepa cómo es posible que un forastero, cuyo conocimiento acerca de la Magia de Lontananza es nulo, pueda ver las Marcas de Hechizo.

- Es una cuestión interesante, sin duda –dijo el Maestro de Símbolos bajando de la silla y comenzando a pasear por toda la habitación.

El golpe de su bastón sobre el suelo de piedra producía un sonido hueco que retumbaba en la estancia semivacía.

- Conoces la profecía, ¿no es cierto, Amelia? –le dijo.

- Por supuesto, pero la profecía habla de un noble caballero ataviado con una esmaltada armadura y portador del baluarte de la luz. No creo que pueda aplicarse en este caso.

- No… ciertamente no.

La tortuga se detuvo y volvió a observar a Dani, esta vez directamente a los ojos.

- Hay muchos fallos en él que deberían ser extirpados primero.

Regresó a su silla y le pidió a Amelia que tomara asiento en la que quedaba libre.

- Aún y con todo, querida Amelia, no podemos dejar pasar la oportunidad que nos brinda el destino. Yo jamás hubiera podido acompañarte, estas débiles patas son más un castigo que una ayuda, pero este chico puede serte de gran ayuda en el tortuoso camino que te has propuesto recorrer.

- No sé si os sigo, Maestro. ¿A qué os referís exactamente?

- ¿Recuerdas que te hablé del nacimiento del poder oscuro? ¿De cómo tomó el cuerpo del Nigromante?

Amelia asintió.

- ¿Recuerdas que te hablé de un hombre que sin querer lo presenció todo? Ahora vive oculto en el bosque temiendo que el Nigromante lo descubra y quiera acabar con su vida pues ese hombre escuchó pronunciar la Marca de la misma boca del Señor Oscuro. Id a verlo, que os revele su pronunciación. Con eso y junto con el chico podrás abrirte camino a través de los mil hechizos que ocultan el paso al Castillo Negro.

Amelia y Dizzie saltaron a la vez de sus asientos. Ambos querían protestar y sus voces formaron un barullo incomprensible.

- Es suficiente por hoy, estoy cansado –dijo alzando una pata y haciéndoles callar-. Podéis dormir los tres aquí abajo si gustáis, mañana continuaremos la charla. Piensa en lo que te he dicho, querida niña.


Y con su lento y torpe caminar subió la rampa que conducía al estudio y desapareció de su vista.

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lunes, 23 de marzo de 2015

12. Historias de Magia

                                                    
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Se sentaron en el suelo alrededor de una pequeña mesa de café. La alfombra sobre la que descansaban estaba hecha de plumas níveas y desprendía un calor reconfortante. Dani había dejado su mochila en un rincón y Amelia estaba arropada con una gruesa manta de lana. Bebía a pequeños sorbos una infusión que ella misma se había preparado.

Un mar de estanterías rebosantes de libros los rodeaba por todas partes.

- Queremos ver al Maestro de Símbolos –dijo Dizzie-. Quizá él nos pueda explicar por qué Dani puede ver las Marcas.

- El Maestro se encuentra ahora dando clase en la Universidad –respondió Amelia-, no regresará a su casa hasta las pasadas las cinco.

Dani miró el reloj de pared apostado en un hueco entre las estanterías. Mecía su péndulo justo enfrente de él y marcaba las tres de la tarde.

- Le esperaremos –dijo Dizzie-. Mientras tanto agradeceríamos un poco de hospitalidad. No hemos comido nada desde hace horas y estamos hambrientos.

Amelia soltó un bufido pero acabó levantándose y dirigiéndose a la cocina. Dani se volvió hacia el felino.

- Dizzie –dijo-, ¿de verdad me enviaste ante Maese Dárail sabiendo que estaba de parte del Nigromante?

El gato no contestó enseguida. Sus ojos fueron cambiando del verde al amarillo en un remolino ambicolor.

- No fue exactamente así –dijo-. En el Exterior me habían llegado rumores de que había cambiado de bando, de que actuaba bajo las órdenes del poder Oscuro, pero no podía creerlo, no de él que había sido como un hermano para mí. Tenía que verlo con mis propios ojos.

- Y por eso me enviaste a mí.

- Sí –dijo-, pero sabía que no se atrevería a tocar a un forastero. Era la única manera de obtener información.

- Y la he obtenido –le dijo Dani-, pero no de él sino de Barat. Quizá hubiera sido más sencillo preguntarle a él desde el principio.

- Todavía no sé de quién puedo fiarme, Daniel. Esta tierra ya no es el lugar afable en el que goberné una vez.

- Entonces es cierto, fuiste el Gobernador de Calendra.

- Durante cinco años –dijo Dizzie-, justo antes de la llegada del Nigromante y de mi acusación de traición. Pero dime, ¿qué es lo que te contó Barat?

Amelia regresó de la cocina llevando una bandeja sobre la que humeaban dos tazones de sopa. Un agradable olor a hierbabuena ascendió hasta la nariz de Dani cuando depositó los tazones sobre la mesa.

- Yo de vosotros esperaría un rato antes de probarlo si no queréis acabar con la lengua en llamas.

Dani detuvo el gesto de agarrar el tazón y aguardó.

- Podéis seguir con vuestra conversación –dijo Amelia-. Como si yo no estuviera.

Dizzie ignoró el comentario mordaz de la chica y se volvió hacia Dani.

- Estabas a punto de contarme lo que te dijo Barat.

- Barat es el oso tabernero de la posada El Sueño del Emperador –le explicó a Amelia.

- Sé quién es Barat –le dijo.

- Está bien, pues él me pidió que te contara, Dizzie, que ya no eres bien recibido en Calendra y que Maese Dárail vendió su lealtad al Nigromante a cambio de una cura para su esposa.

- ¿Lady Miriam está enferma? –preguntó el felino.

- Maese Dárail dijo algo así como que te marchaste cuando él más te necesitaba y que por tu culpa estuvo a punto de perderla.

- Si me dejáis, os puedo contar la historia –dijo Amelia.

- Por favor –pidió Dizzie.

- Poco después de tu exilio, lady Miriam fue víctima de una extraña enfermedad que la degeneraba día tras día. Los doctores le dijeron que su sangre había dejado de alimentar al resto del cuerpo y que la ciencia no podía ayudarla. Sus órganos se debilitaban poco a poco y era cuestión de tiempo que comenzaran a fallar.

“Cuentan los más allegados que Maese Dárail se consumía con ella. No dormía, no comía… buscaba sin cesar una cura que devolviera la vitalidad a su mujer.

- Ella era toda su vida –dijo Dizzie.

- Así es. Por eso cuando el Nigromante le ofreció utilizar su Magia para curarla a cambio de su lealtad, Maese Dárail no lo dudó un segundo. ¿Qué importancia tenía para él a quién jurara lealtad comparado con la salud de su esposa?

“Sin embargo no todo salió como esperaba. La Magia negra se llama así por algo.

“Lady Miriam recuperó la vitalidad sí, pero a qué precio… la magia del Nigromante la dejó convertida en una silvina.

- ¿Una qué? –preguntó Daniel.

- En el Exterior los denomináis vampiros –contestó Dizzie.

- Exacto –dijo Amelia-. Nada de ajos, nada de luz solar, nada de símbolos religiosos y se alimenta de sangre. La mantiene recluida en una celda para evitar que dañe a otras personas. Lo más triste de toda esta historia es que ella no le reconoce, la sed de sangre tiene obnubilado su cerebro y no se comporta como un ser racional.

“Dicen sus carceleros que, en ocasiones, cuando acaba de comer muestra unos leves signos de humanidad y recuerda quien una vez fue. Por eso es el mismo Maese Dárail el que la alimenta día tras día con su propia sangre… y eso lo está consumiendo a él también.

- No tenía ni idea de todo esto –dijo Dizzie.

- Pocas personas lo saben y lo juzgan con acritud por su cambio de bando. Podéis tomaros ya el caldo, se os va a quedar frío.

Comenzaron a beber de los tazones. El chico se lo llevó a la boca con las manos y Dizzie metió la cabeza en él para tomárselo con la lengua. Era muy sabroso y el toque de la hierbabuena le aportaba frescura.

Dani estaba dando los últimos tragos cuando llamaron con fuerza a la puerta. Los tres giraron la cabeza a la vez hacia ella.

- ¿Esperas a alguien? –preguntó Dizzie.

- No –respondió.

Tenía los tendones del cuello marcados y la respiración contenida.

La segunda vez golpearon la puerta con más fuerza aún.

Amelia se levantó.

- No abras –le pidió Dani. Tenía un mal presentimiento.

Amelia hizo un gesto con los dedos índice y corazón, dibujando un círculo en el aire, y la alfombra sobre la aún que reposaban el chico y el gato comenzó a engullirlos, incluyendo la mesa y los tazones. Pronto quedaron completamente ocultos bajo capas de plumas blancas.

- No os mováis –les dijo Amelia.

Oyeron sus pasos ligeros dirigirse hasta la puerta y abrirla cuidadosamente.

- Buenas noches, Maese Dárail –la oyeron decir.

Daniel se estremeció entre el mar de plumas y Dizzie le hizo un gesto para que se estuviera quieto.

- Buenas noches, señorita –dijo Maese Dárail con su voz lánguida-. Me alegro de que me haya reconocido, ¿me podría decir su nombre para estar en igualdad de condiciones?

- Me llamo Amelia.

- Señorita Amelia estamos buscando a un par de fugitivos peligrosos. Se los acusa de desacato a la autoridad y de colaborar con grupos rebeldes. Se trata de un gato negro y un forastero, ¿no los habréis visto por aquí?

- La verdad es que no, señor. No he salido de casa en todo el día.

Daniel admiró la templanza de su voz. Esperaba que fuera capaz de mantener la mirada plateada y gélida del hombre.

- Es curioso porque mis sabuesos han perdido su rastro justo junto a la fachada lateral de vuestra casa. ¿Me permitiríais echar un vistazo?

- Claro, pasad.

Daniel escuchó los pasos cortos y lentos del hombre acercándose. Su sombra se precipitó sobre ellos, si daba un paso más caería al interior de la alfombra con ellos.

- Como podéis ver, aquí no hay nadie más.

Dani vio a través de las plumas la silueta de Maese Dárail sobre ellos, sus ojos resplandecientes analizaban cada centímetro de la habitación.

- Tengo un poquito de prisa, señor… -dijo Amelia.

Dárail detuvo su mirada en un punto de la estancia y sonrió. Desde donde estaba Dani no podía ver qué era lo que estaba mirando.

- Tenéis un gusto extraño en cuestión de accesorios, señorita Amelia –dijo-. ¿Me pregunto para qué usáis esa mochila escolar?

- ¡Oh, mierda! –dijeron Amelia y Dani a la vez.

Una voraz corriente de aire recorrió la habitación como un huracán, derribando libros de las estanterías y levantando una cortina de plumas. Escucharon el gemido de Maese Dárail seguido de un fuerte portazo y toda la tempestad cesó.

- Rápido, salid de ahí –les dijo Amelia-. No sé por cuanto tiempo podrá detenerles esa puerta.

Dani y Dizzie salieron del agujero que se había vaciado de plumas.

- ¿Qué ha pasado? –preguntó el chico.

- Le he empujado fuera, pero no sé por cuánto tiempo.

Estaban golpeando con furia la puerta de la casa y se escuchaban los ladridos de toda una jauría rabiosa.

- Coge tu maldita mochila y bajemos a los pasadizos –les dijo Amelia sacando su abrigo amarillo de un armario.

La siguieron a través de la cocina y entraron en una pequeña despensa que olía a ajo y a hortalizas recién recogidas. Entre los tres levantaron una pesada trampilla de madera que conducía al subsuelo por unas empinadas escaleras.

Una vez hubieron bajado los tres, Amelia dejó caer la trampilla y trazó un círculo a su alrededor de nuevo con el dedo índice y el corazón.

- ¿Qué has hecho? –le preguntó Dani mientras ella lo empujaba escaleras abajo.

- He ocultado la puerta de miradas indiscretas –dijo.

- ¿Es que Maese Dárail no conoce los pasadizos?

- Sí sabe de su existencia, pero no cómo llegar hasta ellos.

Dentro estaba oscuro y olía a humedad. Amelia iba en primer lugar y no dejaba de farfullar.

- Es re-fantástico, ahora me acusarán de colaborar con proscritos… pondrán mi cara en todas las esquinas y precio a mi cabeza… acabarán reconociéndome y se montará una buena fiesta… sí, señor, por si tenía poco…

- ¿Dónde vamos? –preguntó Dani al cabo de un rato.

- A casa del Maestro de Símbolos –le contestó-. A ver si consigo librarme de vosotros de una vez.

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lunes, 16 de marzo de 2015

11. La marca del Nigromante

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- Te dije que no saldrías vivo de aquí si mentías –le dijo Barat mientras lo conducía escaleras abajo.

- Pensaba que era una amenaza, no una advertencia. Deberías trabajar en el tono con el que dices las cosas.

El oso gruñó mientras abría una puerta semioculta en mitad del pasillo inferior.

- ¿Quién es el gato negro que busca Maese Dárail? –preguntó.

- Un cobarde y un rastrero –dijo Dani-. No sé por qué sigo fiándome de él si no hace más que engañarme con sus tretas y artimañas.

- No hablarás de Maese Adrazel, ¿verdad?

- ¡Ajá! Veo que tú también has sido víctima de sus trucos.

El oso estalló en una risotada y dejó a Dani en el suelo.

- Todos en Calendra hemos sido víctimas de ese pillo felino –dijo-, pero ha sido el Gobernador más justo que ha tenido esta aldea.

- ¿Gobernador?

- Así es, pequeño forastero, durante la época dorada. Incluso se alzó una estatua en su honor en mitad de la plaza como muestra del agradecimiento de las gentes de Calendra a su entrega y dedicación, aunque ahora el Nigromante haya ordenado ocultarla.

- Me cuesta creerte, Barat.

- Puedes preguntarle cuando le veas.

- No estoy muy seguro de que vaya a volver a verlo –dijo Dani mirando hacia el pasillo oscuro que se había abierto tras la puerta. Un olor a cloaca inundaba el ambiente.

- Sé que voy a arrepentirme de esto –dijo Barat-, pero puedes marcharte.

- ¿En serio?

- Sí, antes de que me arrepienta. Diré que te has escapado. Avisa a Maese Adrazel de que Calendra ya no es un lugar seguro para él, que Maese Dárail ha doblegado su voluntad ante el Nigromante a cambio de una cura para su esposa y ha encarcelado a todo aquel que ha demostrado un mínimo rechazo a la Autoridad Oscura.

- Gracias, Barat.

- Vete ya.

Dani corrió por el pasillo y atravesó la taberna como una exhalación. Esta vez nadie reparó en su paso.

Salió a la calle y se dirigió al callejón por donde había desaparecido Dizzie. Allí se encontró frente a un muro de ladrillo de varios metros de altura.

- Dizzie –susurró.

Le llamó varias veces mirando hacia los tejados y la cima del muro, pero no obtuvo respuesta. Sabía que no andaba lejos ya que el lazo del vínculo no se lo permitiría, pero no podía permanecer allí más tiempo, Barat informaría enseguida a Maese Dárail de su fuga y pronto tendría a la Guardia Nocturna encima.

Abandonó el callejón y siguió la calle alejándose de la posada. No sabía a donde se dirigía pero tenía claro que cuanto más lejos se encontrara de aquel lugar más seguro estaría. Dobló la siguiente esquina y escuchó un siseo a su espalda.

Se volvió pero solo vio la débil capa de niebla que avanzaba desde el Bosque. Comenzó a caminar un poco más deprisa, pero no había dado ni cuatro pasos cuando escuchó de nuevo el siseo. Se dio la vuelta y esta vez permaneció algunos segundos más observando la calle, pero siguió sin ver nada.

Cuando se disponía a reemprender de nuevo la marcha escuchó su nombre.

- Dani… psssss… Dani.

Provenía de algún punto entre la pared y el adoquinado de la calle. Se acercó y descubrió una rejilla para la evacuación de aguas. Al otro lado unos ojos verdes lo miraban desde la oscuridad.

- Dizzie, me has engañado otra vez –le dijo Dani.

- No ha sido exactamente así, pero ahora no hay tiempo para discutirlo. Debes salir de las calles enseguida.

- ¿Cómo entro ahí?

- Tienes que volver al callejón al lado de la posada. En la esquina izquierda, en el suelo junto al muro, deberías poder ver una Marca de Hechizo. Se pronuncia Síbilis Oclusus. Es la entrada a los pasadizos de Calendra.

- Pero no puedo volver a la posada –dijo Dani-. Barat habrá dado ya la voz de alarma y nos estarán buscando.

- No hay más puertas, o regresas o caminas por las calles, y te advierto que con la Guardia Nocturna haciendo rondas por ellas no es la mejor opción.

Daniel suspiró y dirigió la mirada hacia la calle por la que había llegado. La niebla se estaba espesando, quizás tuviera una oportunidad.

- Te espero allí –dijo Dizzie, y sus ojos verdes se disolvieron en la oscuridad.

Daniel se acercó a la esquina por la que había doblado minutos antes y asomó la cabeza. Desde allí podía ver la entrada de la posada desdibujada por la niebla. Todo parecía tranquilo.

Se disponía a salir corriendo hacia el callejón cuando la puerta se abrió de golpe. Tras ella se precipitó la delgada y esbelta figura de Maese Dárail seguida de media docena de perros olfateando el aire. Los ojos plateados del hombre brillaban como faros en mitad de la niebla.

El regreso por allí estaba descartado, y con los chuchos rastreando su descarado olor a Exterior, esconderse tampoco era una solución.

Uno de los perros aulló como si hubiera encontrado el rastro de un conejo en una cacería y el resto de los perros lo imitaron.

- No anda lejos, el olor es fresco –dijo uno de ellos.

- Traédmelo –dijo Maese Dárail con su anémica voz.

Daniel echó a correr en dirección contraria al tiempo que los perros se lanzaban entre gruñidos en su persecución. Pensó que con un poco de suerte podría correr lo suficiente para dar la vuelta a la manzana de casas y llegar al callejón por el otro lado, pero pronto comprendió que no era tan fácil como lo había imaginado. Calendra era un laberinto de calles sinuosas trazadas sin lógica y casas que crecían aquí y allá como setas sin ningún sentido urbanístico.

Acabó perdido y con su capacidad de orientación anulada. Fue cuestión de tiempo que se topara con un callejón sin salida. Los gruñidos de la jauría se acercaban cada vez más y pronto le tendrían a la vista. Retrocedió hasta que sus pies chocaron contra el sólido muro de hormigón. Fin de la partida.

La sombra alargada de los perros se proyectaba al inicio del callejón cuando vio un destello dorado por el rabillo del ojo. Giró la cabeza y descubrió una Marca brillante en la pared de la casa más próxima. Se parecía mucho… ¿podía ser que fuera la misma?

No tenía mucho tiempo, era cuestión de segundos que los perros asomaran sus hocicos por el callejón.

- Epsina micande –dijo.

Sintió por primera vez la Magia de Bambala corriendo dentro de él y fue como si nunca antes hubiera estado vivo hasta ese momento. Duró tan solo unos instantes y después experimentó una especie de vacío cuando algo en su interior se quebró. La Marca de hechizo desapareció y una parte de la pared se volatilizó para dejar al descubierto unas escaleras de madera que ascendían.

Sin dudarlo traspasó el umbral de la casa y subió por las escaleras, pero antes de llegar al final un grito asustado le hizo detenerse.

- ¿Qué haces? Has dejado la puerta abierta –dijeron.

Alguien cruzó a su lado bajando las escaleras a toda prisa.

Se escuchó un crujido y el muro de piedra volvió a aparecer ahogando los ladridos de los esbirros de Maese Dárail.


Amelia, con los brazos en jarras, lo observaba al comienzo de la escalera con los ojos inyectados en sangre.

- ¿Cómo demonios has llegado hasta aquí? –le preguntó-. Y sobre todo, ¿cómo demonios has abierto la puerta?

- Leyendo tu Marca –dijo Dani que se había quedado sentado a mitad de la escalera.

Una sonrisa bobalicona había aparecido en su rostro, no se podía creer que la hubiera encontrado.

- Esto es magnífico, maravilloso, re-fantástico. Hasta un forastero sabe donde encontrar y pronunciar mi Marca. Me pregunto qué será lo próximo, ¿aparecerá el Nigromante en mi puerta y me pedirá que le ayude a destruir el mundo?

Subió varios escalones y se encaró con Dani.

- Prometo cumplir mi promesa de patearte el culo ahora mismo si no me dices cómo has llegado hasta aquí –le dijo.

Se disponía a contestar cuando una voz grave lo hizo por él.

- Ha venido conmigo.

La reconoció al instante. El gato negro estaba sentado al final de la escalera y meneaba la cola.

- ¡Dizzie! –dijo Dani subiendo el resto de las escaleras hasta alcanzar al animal.

- Me alegro de que estés bien –le dijo-. Te he venido siguiendo por los pasadizos todo el rato.

- ¿Dizzie? –preguntó Amelia aún desde mitad de la escalera-. ¿Éste es el Dizzie del que me hablaste el otro día? ¿Por qué te llama así, Adrazel?

- Es un diminutivo que uso en el Exterior –respondió el felino.

- ¿Y con qué derecho le has dado a este forastero el nombre de mi Marca?

Dizzie detuvo el contoneo de su cola y miró fijamente a la chica durante un rato.

- Si no confiabas en mí, ¿por qué me lo diste? –preguntó al fin.

- Demuéstrame que no me equivocaba –le dijo-. Dame una razón convincente por la que este forastero merecía conocer el nombre de mi Marca.

- Este forastero, cuyo nombre es Daniel, puede ver las Marcas.

La mirada de Amelia se dirigió hacia el chico y después regresó al gato. Parecía confundida.

- ¿Cómo? –preguntó-. Eso no es posible. Me estáis mintiendo los dos.

- No te mentimos. Yo mismo desconocía esa entrada –dijo Dizzie señalando el falso muro del final de la escalera-. Ha debido de ver tu Marca en la pared y asociarla con la que dejaste en la cueva para esconder los guantes. ¿No es así, Dani?

- Sí, pero hay otra cosa que tengo que contarte –le dijo el chico-. He visto la Luna de Lontananza por primera vez… y tiene una Marca dorada encima.

- La Marca del Nigromante –susurró Dizzie.

Amelia palideció.

- Creo que tengo que sentarme –dijo.

Y de un golpe se derrumbó sobre las escaleras.

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lunes, 9 de marzo de 2015

10. Maese Dárail

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Daniel se quedó mirando la puerta de madera que se alzaba frente a él. El estruendo que provenía del interior lo intimidaba: voces y cánticos subidos de tono y un fuerte olor a  cerveza se filtraban por las rendijas de la madera.

No tenía alternativa. Apoyó todo su peso contra la puerta y empujó.

Tal y como hacía suponer el barullo de voces, la taberna estaba atestada de clientes que no repararon en su entrada. Las doce mesas repartidas por el amplio local rebosaban actividad, aunque la clientela difería sustancialmente de la que Daniel podría haber encontrado en cualquier lugar el Exterior.

Una manada de perros compartía mesa con un grupo de hombres y relataban historias de la calle mientras vaciaban sus jarras de cerveza. En otra mesa media docena de gallos, con el plumaje embarrado, se quejaban de su suerte y picoteaban bolitas de maíz de un cuenco de barro.

Al fondo del local, tras la barra, un oso de pelo pardo de más de dos metros de altura secaba la vajilla con un paño.

Daniel avanzó con naturalidad entre las mesas como le había dicho Dizzie, con la mente en blanco para tratar de anular el temblor en las piernas. Todo iba bien hasta que pasó junto a la manada de perros. Interrumpieron bruscamente su conversación y comenzaron a olfatear el aire como si una peste insoportable hubiera inundado el lugar. Lo mismo ocurrió en la mesa de los gallos.

Poco a poco todo el alboroto fue acallándose, y cuando llegó a la barra no se escuchaba más que alguna tos entrecortada y débiles susurros.

El enorme oso pardo había dejado de secar los vasos y lo observaba con cara de pocos amigos. Todo el local estaba pendiente de él.

- ¿Qué es lo que quieres, forastero? –dijo enseñando unos afilados colmillos.

Daniel tragó saliva. Sentía las miradas de todo el mundo clavadas en su espalda y se podía escuchar el vuelo de una mosca.

- Yo… buscaba a Maese Dárail –respondió.

El oso gruñó ligeramente sorprendido.

- Enséñame tú muñeca.

El chico se subió la manga del jersey y dejó que el oso pudiera ver el tres que llevaba tatuado en la piel.

- ¿Qué es lo que quieres de Maese Dárail?

Daniel pensó e hizo lo que mejor sabía hacer: mentir.

- Quiero hablarle sobre la Marca del Nigromante –dijo.

Una ola de susurros recorrió la taberna y fue subiendo de volumen hasta convertirse en un rugido.

- ¿Qué puede saber un forastero sobre la Marca? –le preguntó el oso.

- Sólo hablaré con Maese Dárail.

Dani se mantuvo erguido frente al oso, haciendo acopio de toda su fortaleza para hacerles creer que decía la verdad. Ya lo había hecho otras veces, la actitud era lo más importante para que nadie dudara de su palabra, mantener la mirada sin titubeos.

El oso salió de detrás de la barra y colocó sus más de dos metros de altura a escasos centímetros de la nariz del chico. Dani no se movió, no se dejaría intimidar fácilmente.

- No saldrás vivo de aquí si me mientes –le gruñó.

- Llévame ante Maese Dárail.

Se produjo un largo silencio entre los dos en el que ambos se desafiaron con la mirada. Finalmente el animal retrocedió, se puso a cuatro patas y se dirigió hacia el pasillo que se abría a la derecha de la barra.

- Sígueme forastero –dijo.

Cuando entraban por el pasillo, la taberna volvía a bullir con su jolgorio inicial.



Todo crujía bajo el peso del enorme oso pardo: las escaleras, los tablones de madera del segundo piso.... el propio Daniel se estremecía tras cada una de sus zancadas.

Se detuvieron frente a una de las puertas del pasillo y el oso llamó con rudeza. Dani vio al fondo la ventana de la que le había hablado Dizzie, pero estaba demasiado lejos para poder hacer nada.

Del interior de la habitación provino una voz anémica.

- ¿Quién es?

- Aquí hay un forastero que pregunta por vos.

Durante algunos instantes no recibieron más respuesta que el silencio y Dani llegó a pensar que no conseguiría verle. Su misión estaba a punto de fracasar.

- Que pase –dijeron al fin con el mismo tono monocorde.

El oso abrió la puerta y empujó al chico dentro.

- Ha hablado de la Marca del Nigromante –dijo sin traspasar el umbral de la puerta.

- Gracias, Barat. Déjanos.

El oso cerró la puerta tras Daniel, dejándolo a solas en una habitación reducida y sin ventanas, donde la única luz procedía de un fuego encendido en una chimenea. Delante de las llamas se perfilaba a contraluz el respaldo de un butacón de piel roja. Una mano caía lánguida de uno de los reposabrazos y la otra sujetaba un cigarrillo largo y estrecho que se consumía sin que nadie lo fumara.

- Acércate y dime cuál es tu nombre –dijo la voz tras el butacón.

Daniel obedeció y rodeó el sillón hasta situarse junto a la chimenea.

Maese Dárail estaba tirado con desgana sobre el butacón y tenía los ojos cerrados. Los reflejos de las llamas brillaban en su pálido rostro y hacían que su pelo pajizo y largo pareciera pelirrojo.

- Me llamo Daniel –dijo al cabo de un rato.

- Exudas Exterior por cada poro de tu piel y no eres más que un crío. ¿Qué puedes saber de La Marca?

Daniel se preguntó cómo podía haber averiguado que era un niño si ni siquiera había abierto los ojos.

- Está claro que mientes. Ahora dime, forastero, ¿qué es lo que quieres?

- Vengo de parte de Dizzie… de Maese Adrazel –dijo recordando su auténtico nombre.

El hombre abrió por fin los ojos y su color plateado resplandeció bajo la tenue luz de la habitación. Daniel retrocedió instintivamente ante aquella mirada gélida.

- ¿Adrazel, dices? Deduzco que es él tu Deudor.

El chico asintió.

Maese Dárail dio por fin una calada al cigarrillo y toda la habitación se inundó de un fuerte olor a frutos secos.

- Supongo que no andará muy lejos –dijo-, el vínculo de los Administradores no se lo permitiría. ¿Dónde está mi querido amigo?

A Daniel no le gustó el tono de la pregunta y todas sus alertas se dispararon. Algo no iba bien en aquella situación. Permaneció callado evitando mirar los refulgentes ojos de Maese Dárail.

- Mmm… -dijo acariciándose el mentón-. Supongo que te ha enviado como conejillo de indias para saber de mí. Siempre fue un cobarde, pero esto… mandarme a un forastero… esto es el colmo.

Se levantó del butacón con una lentitud pasmosa y comenzó a caminar con pasos cortos alrededor de la habitación. Sus delgadas piernas apenas arrojaban sombra sobre las paredes.

- Tu Deudor y yo fuimos compañeros hace mucho tiempo, ¿sabes? –dijo sin parar de caminar-. Por eso lo conozco muy bien, a mí también me dejó tirado en momentos importantes… Y luego lo condenaron al Exilio, justo cuando yo más le necesitaba. Fue un egoísta.

Su tono lánguido y falto de vida había dado paso a un dialecto furioso y a veces inconexo.

- Por su culpa estuve a punto de perderla en esa enfermedad que la devoraba. Por fortuna al final mis ojos se abrieron y, al contrario que él, yo sí supe doblar la rodilla ante el verdadero rey.

Dirigió su mirada hacia el chico y entrecerró los ojos.

- ¿Qué hago contigo?

Daniel estaba confundido. Le costaba creer que Dizzie le hubiera traicionado de ese modo, enviándole a las manos de un servidor del Nigromante, pero por otro lado ya sabía de lo que era capaz.

- Barat –gritó Maese Daráil asomando la cabeza por la puerta.

Cinco minutos más tarde el enorme oso se presentó en la habitación.

- Llévate al forastero a la celda del sótano –dijo-, y avisa a la Guardia Nocturna para que peinen la zona en un radio de veinte metros, que busquen a un gato negro de ojos verdes y lo traigan ante mi presencia. Está acusado de traición por colaborar con rebeldes.

- Enseguida, Maese Dárail.

El oso cogió a Dani entre sus zarpas y lo sacó arrastras de la habitación. Mientras tiraba de él por el pasillo del primer piso, Dani vio desde la ventana del fondo la Luna de Bambala por primera vez.

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