domingo, 9 de octubre de 2016

La muñeca de porcelana


Miró fijamente cada centímetro de su piel de porcelana. Los ojos de cristal permanecían impasibles, pero la sensación de que aquella estúpida muñeca se había movido no lo abandonó.

¿Qué era lo que le había dicho el dependiente cuando salía por la puerta?

"Que tenga un buen día."

No, no era lo que le había dicho, sino cómo lo había dicho, con esa extraña sonrisa en la boca. Le había recordado a un lobo ladino observando una manada de ovejas... Qué estupidez, pensó en aquel momento, pero ya no, ya no lo creía. Esa muñeca, que le miraba desde el vacío de sus ojos de cristal, tenía algo perverso... algo diabólico.

-¿Para quién es? -le había preguntado el extraño dependiente.

-Es para mi mujer -le respondí-, las colecciona.

-Estupendo. No la vendemos para niños.

LA vendemos. Eso había dicho, como si fuera única en el mundo.

Se acercó aún más a ella. Apenas tres centímetros separaban su nariz de las pestañas artificiales y rizadas de la muñeca. Contuvo la respiración mientras observaba con desquiciada atención cualquier mínimo movimiento, por imperceptible que fuera.

Y entonces lo vio: el ligero brillo en sus ojos, el atisbo de sonrisa en su boca pintada... pero no había nada agradable en aquellos dos vestigios, todo lo contrario, eran dos muecas procedentes del infierno.

Cogió aire para gritar, movido por una evidencia tan ilógica que lo hacía enloquecer, pero no llegó a hacerlo, el grito de su vecina se adelantó. Sonó tan desgarrador, tan inhumano, que por un instante se olvidó de la muñeca y se asomó a la ventana para intentar averiguar qué había provocado semejante alarido.

Lo que vio sería la imagen a la que recurrirían sus pesadillas el resto de su vida.

Su mujer, su amada Matilde, yacía colgada por el cuello del árbol más alto del jardín. Sus pies desnudos se balanceaban sin vida al antojo de la suave brisa y la expresión de su rostro amoratado era una oda al sufrimiento.

Se llevó las dos manos a la cabeza para evitar que estallase en mil pedazos y entonces escuchó la risa ahogada a su espalda. El vello de su nuca se puso de punta.

Al volverse se encontró el rostro de la muñeca que ya no ocultaba su diabólica sonrisa.

-Has sido tú -le gritó cayendo de rodillas y sintiendo que su razón cedía el sitio a la locura-. ¡Has sido tú!

Gritó y gritó y continuó gritando mientras los celadores del manicomio lo arrastraban a la furgoneta de enfermos para ingresarlo.

-Ha sido la muñeca -les decía-. Ella la mató.

Por eso, tened cuidado cuando llevéis a casa a una de esas dulces y angelicales doncellas de porcelana, tal vez sea LA muñeca la que estéis colocando sobre vuestras camas, al alcance de vuestros seres queridos...

martes, 30 de agosto de 2016

16. Sobre Mirirontes y otros monstruos




Según le dijo Amelia, serían el equivalente a las diez de la mañana en el Exterior cuando abandonaron la casa del Maestro de Símbolos por el armario camino a los túneles.

Con un chasquido de su lengua centenaria y cuarteada, el Maestro de Símbolos había roto el vínculo de los Administradores, poniendo fin al compromiso entre Dani y Malena de Anyú, y separando definitivamente los caminos del chico y el gato.

Tenían instrucciones claras pero no muy precisas sobre cómo encontrar al hombre que sabía pronunciar la Marca del Nigromante. Debían seguir el camino del Bosque hasta la siguiente aldea, Orillena, donde tendrían que buscar al Mercader del Fuego para entregarle una especie de piedra negra que les había dado el Maestro. Él les diría el lugar exacto donde se ocultaba el hombre que buscaban.

Pero, quién era el Mercader del Fuego y en qué parte de Orillena vivía, lo desconocían.

Avanzaban por los túneles y Daniel odiaba su silencio pastoso, roto por los ecos de chapoteos lejanos y chillidos de ratas.

- ¿Por qué llevas siempre ese abrigo amarillo? –preguntó-. No me parece el mejor color para pasar desapercibidos.

Amelia se volvió y le arrojó todo el haz de luz de la linterna a la cara.

- ¿Lo ves amarillo? ¡Oh, qué tierno!

- ¿Por qué? ¿No es amarillo?

- Es un abrigo mágico.

Se levantó el cuello y enfocó el revés con la linterna. La Marca Epsina micande se leía en el forro.

- Dependiendo de las intenciones de quien me mira, el abrigo mostrará un color u otro. Por ejemplo, alguien que quisiera hacerme daño vería el abrigo negro o marrón oscuro, lo que me permitiría pasar desapercibida delante de él.

- ¿Y qué significa que yo lo vea amarillo?

- Significa que eres un pardillo, así que venga, démonos prisa en salir de Calendra o acabaremos en el calabozo de Maese Dárail sirviendo de cena para su mujer.

- Eh, no es justo –dijo Dani corriendo detrás de Amelia-. No me has dicho lo que significa el amarillo.

- Cuando seas mayor.

Su paseo por los túneles terminó frente a una pared de adoquines de cemento que bloqueaba el camino. Unas barras de hierro incrustadas en el muro formaban una improvisada escalera que terminaba en una portezuela de madera.

- Sube tú primero, chico. Te alumbro desde abajo.

Dani suspiró mientras se adelantaba, ya había perdido toda esperanza de que alguna vez le llamara por su nombre.

Subió con la agilidad propia de un chico de su edad, sin volver ni una sola vez la cabeza hacia los más de cinco metros de altura que lo separaban del suelo.

- Empuja la puerta y sal, estará abierta –le dijo Amelia.

El rocío nocturno le cubrió como un manto. El aire era fresco y limpio, una bendición después del ambiente cargado de los túneles. La oscuridad era casi total, a excepción de unos tímidos haces de luz de luna que se filtraban entre las hojas de los árboles.

- ¿Estamos en mitad del Bosque? –preguntó Dani secándose el sudor de las palmas.

- Sí, a las afueras de Calendra –le respondió Amelia cerrando la portezuela y enfocando con su linterna a la oscuridad.

- Pero Dizzie me dijo que alejarse de los caminos de piedra podría ser peligroso…

- ¿Es que tienes miedo, chico? Si te asustas de un bosque oscuro igual deberías haber vuelto con tu gato mascota.

- No tengo miedo –le respondió, pero un ligero temblor en la voz le delató.

Amelia soltó una carcajada.

- Anda, vamos –le dijo poniéndose delante-. El camino de piedra está a pocos metros. Adrazel estaba en lo cierto, el Bosque es un lugar muy peligroso.

Dani se pegó a la espalda de Amelia y juntos caminaron a través de la espesa maleza que poblaba el bosque. Las hojas de los arbustos eran puntiagudas y les arañaban las manos y la cara.

Si el silencio que reinaba en los túneles era desagradable, el que se escuchaba en el Bosque era aún peor. El movimiento de los matorrales a su paso dejaba un susurro de hojas que camuflaba, solo a medias, los ruidos extraños del resto de seres que les rodeaban.

- No me empujes, chico –le dijo Amelia a media voz-. Voy todo lo deprisa que puedo. No quiero caer en una trampa para humanos.

- ¿Una trampa para humanos?

- En Lontananza el Hombre no es el único animal que sabe poner trampas para cazar.

Tardaron aún un par de minutos más en llegar al sendero de piedra. Cuando las luces de los farolillos que alumbraban camino por fin se vislumbraron entre los árboles, Dani soltó todo el aire que había contenido y respiró de nuevo con normalidad.

Amelia apagó la linterna y se la tendió a Dani para que la guardara en la mochila.

- Calculo que nos quedan un par de horas de camino hasta Orillena –dijo Amelia- ¿Tienes hambre? ¿Quieres comer algo?

Dani negó con la cabeza.

- En ese caso…

Amelia se interrumpió, el suelo había comenzado a temblar. Miró hacia abajo observando las pequeñas piedras sueltas dar botes enloquecidas y sus ojos se crisparon.

- Daniel, corre.

Le cogió de la mano y tiró de él antes de que el chico fuera consciente de lo que pasaba.

- ¿Qué ocurre, Amelia? –le preguntó mientras se afanaba por no quedarse atrás.

- Corre, corre, corre.

El suelo cada vez temblaba más fuerte y a lo lejos les llegaba el sonido de árboles partiéndose en dos y farolillos estrellarse contra el suelo.

- Se está acercando…

- ¿El qué…? ¿Qué se acerca?

Amelia apretaba su brazo tan fuerte que parecía querer partirlo en dos.

Escucharon a sus espaldas un bramido ensordecedor que helaba la sangre. Amelia tropezó y cayó al suelo arrastrando a Daniel con ella.

Mientras rodaban por el empedrado, una oscura silueta saltó sobre sus cabezas y aterrizó frente a ellos provocando un pequeño terremoto. Olía como los túneles pero multiplicado por mil, y su gruñido hacía que todo el cuerpo de Daniel vibrara.

Una mole de tres metros de altura había bloqueado el camino y les echaba su fétido aliento en la cara. No se parecía a nada que Dani hubiera visto en su vida, ni siquiera los peores engendros de su imaginación le hacían sombra. Era una bestia gigante de cuatro patas, piel negra y un hocico alargado que rebosaba colmillos deformes.

A lomos de aquella bestia, unos ojos plateados les observaban triunfales.

- Mantén las manos donde pueda verlas, señorita Amelia –dijo Maese Dárail-, o quizás debería decir princesa Amelia.

Daniel dejó escapar un leve gemido.

- No sé quién eres, forastero, pero te rodeas por la crème de la crème de la sociedad de Lontananza. Todos proscritos y perseguidos.

Tiró de las riendas que rodeaban el cuello del animal y éste se inclinó con un bufido, permitiendo que Maese Dárail se deslizara hasta el suelo.

- ¿Dónde está Adrazel?

- Ha regresado al Exterior –le respondió Amelia.

Tanto ella como Dani seguían tirados en el suelo sin moverse.

- Minino listo –dijo Dárail-. Siempre supo cómo escabullirse cuando se acercaban problemas. Deberíais haber huido con él.

La enorme mole les miraba con los ojos inyectados en sangre y echando espesos goterones de baba por la boca, su pesada respiración hacía ondear el cabello de Amelia como si lo sacudieran fuertes ráfagas de viento.

- Estoy seguro de que El Señor Oscuro sabrá qué hacer con vosotros. El Mirironte os escoltará hasta el Castillo Negro, y más o vale no intentar ninguna tontería, no dudará en arrancaros la cabeza de un mordisco.

- De ninguna manera –le escuchó susurrar a Amelia.

Todo sucedió a cámara lenta delante de Daniel. El imperceptible movimiento en la mano de Amelia puso en alerta a la enorme mole de grasa y colmillos que tomó impulso para saltar sobre ellos. Sin embargo nunca llegó a hacerlo, el rugido de un disparo resonó entre las altas hierbas de un lado del camino y la bala atravesó de lado a lado la cabeza del Mirironte, que se desplomó de costado sepultando bajo su peso el cuerpo de Maese Dárail.

En menos de un minuto el Bosque había quedado en silencio.

Daniel y Amelia se levantaron del suelo y miraron hacia el lugar de procedencia del disparo. Las hojas se agitaban, algo o alguien se acercaba.

Amelia alzó la mano dispuesta a girar su muñeca.

- Detrás de mí –le dijo a Dani empujándole a su espalda y protegiéndole con su cuerpo-. ¿Quién anda ahí?

De entre la maleza salió un hombre sujetando una escopeta de doble cañón sobre su hombro. Hubiera parecido el dueño de una funeraria, pálido y vestido por completo de negro, sino fuera por sus gafas de sol de montura roja.

miércoles, 17 de agosto de 2016

15. La despedida


Esta entrada forma parte de la historia por capítulos La chica del abrigo amarillo. Si quieres enterarte de toda la historia, el listado de todos los capítulos aquí

Le despertó el monótono repiqueteo de un bastón de madera en el suelo. El Maestro se dirigía con lento caminar hacia el patio delantero.

Amelia había puesto cuatro platos sobre la mesa y estaba repartiendo pequeñas rebanadas de pan en cada uno. Dizzie aún dormitaba a los pies de la cama. Debía de haberse movido durante la noche.

- ¿Es de día ya? –preguntó restregándose los ojos.

- Todo lo de día que puede ser en Lontananza –le respondió el Maestro abriendo la puerta. Al otro lado solo había oscuridad.

Tenía la manga del jersey subida hasta el codo y se dio cuenta de que su peculiar tatuaje de la muñeca con forma de tres ahora era un dos. Se colocó el jersey como pudo y se acercó a la mesa.

- Querría un vaso de leche –le dijo a Amelia que estaba sentada enfrente de él comiéndose su rebanada de pan.

Ella se levantó, se acercó al armario por el que habían entrado el día anterior y cogió un pequeño recipiente de hojalata. Salió al patio y regresó un minuto más tarde con el vaso lleno de un líquido pardusco.

- Agua de nieve derretida –le dijo a Dani dejándolo delante de él-. Si te concentras mucho le encontrarás cierto sabor a fresa. Es lo máximo que puedo darte, chico.

- Me llamo Daniel.

Cogió el tarro que hacía de vaso y dio un sorbo. Estaba tan frío que se le durmió toda la boca de golpe.

- Está helado.

Amelia suspiró e hizo un giro de muñeca alrededor del vaso. Al instante empezó a humear y entre el vapor que desprendía Dani vio cómo se dibujaba la Marca de Amelia.

- Si ahora pronunciara tu Marca, ¿volvería a enfriarse? –le preguntó.

- Podría enfriarse o comenzar a hervir, depende de lo que tú quisieras hacer con mi hechizo. Aunque con la escasa práctica que tienes dudo que pudieras controlar el efecto.

- ¿Puedo probar?

- Puedes probar, pero si lo enfrías no voy a volver a calentártelo.

Dani se calló y bebió del vaso. No le hizo falta concentrarse para percibir el aroma y el sabor a fresa. Era como estar tomando un dulce batido caliente. Dizzie tenía razón: la nieve de Bambala sabía a fresa.

Dani se volvió para buscar al felino y vio que aún no se había movido de la cama. Le llamó un par de veces pero el gato apenas movió la cola.

- Déjalo –dijo Amelia en voz alta para que la oyera-. El un gato gandul de ovillo y chimenea.

- Pues no veo el ovillo ni la chimenea –contestó abriendo uno de sus ojos verdes-. Si hubieras pasado toda la noche encogida en una de esas sillas no desaprovecharías la oportunidad de una cama mullida.

Se estiró arqueando el lomo y bostezó mostrando toda la fila de pequeños colmillos afilados como agujas.

- ¿Qué hay para desayunar? –preguntó.

- Pan de trigo –dijo Amelia-. Es lo único que permiten vender en el bazar.

- Entonces creo que no tomaré nada. Esperaré a llegar al Exterior para cazar un par de ratones.

- ¿Te vas? –preguntaron Amelia y Dani a la vez.

- Sí, ya he visto todo lo que tenía que ver. No pinto nada en esta tierra donde incluso en mi casa soy perseguido. Todo por lo que una vez peleé y defendí se muere, no voy a quedarme a ver cómo se consumen las cenizas.

- Voy a encabezar una rebelión, Adrazel. Devolveré el sol a Lontananza.

- Siempre que consigas entrar en el Castillo Negro y salir de él con vida.

- Saldré de él con vida y con Calas.

- Pues avísame si eso ocurre, mientras tanto mantendré mis bigotes fuera de Bambala –hizo una pausa para rascarse detrás de la oreja-. Ahora tendrás que encontrar la manera de romper el vínculo de los Administradores si quieres que Dani se quede contigo.

Se produjo un silencio tenso en el que la ex princesa y el ex gobernador de Calendra se miraron sin decir nada.

- El vínculo de los Administradores está creado con una Magia básica –dijo el Maestro entrando de nuevo en la habitación-, hasta una mosca podría romperlo. Otra cuestión distinta es el número de tu muñeca, con eso no podemos hacer nada, tendrás que aprender a esconderlo cuando empiece a contar en negativo.
“La cuestión importante aquí es: ¿estás preparado para este viaje?

El Maestro de Símbolos miraba directamente a Dani. Tragó saliva y dejó sobre el plato el pedazo de pan que se estaba comiendo.

- Sí, estoy preparado –dijo.

- Maestro, es tan solo un niño –dijo Amelia-. No puedo responsabilizarme de él ni protegerlo de todos los peligros que me encontraré por el camino. Bastante tendré con mantenerme a mí misma con vida.

La tortuga cerró los ojos y apoyó todo el peso de su cuerpo sobre el bastón.

- Y dime, querida niña –dijo-, ¿cómo piensas abrirte paso hasta el Castillo Negro? ¿Tienes idea acaso de la clase de magia que protege ese lugar?

Amelia abrió la boca para contestar pero la cerró sin haber dicho nada.

- Exacto –dijo el Maestro-, ni tú ni nadie lo sabe. Pocos son los que se han atrevido a ir más allá del puente sobre el Abismo de Otruria y ninguno el que ha regresado. Necesitas al chico y el nombre de la Marca para tener la mínima oportunidad de llegar hasta la Puerta Negra.

La chica bufó como un animal enjaulado

- Re-fantástico. De heroína a niñera, he aquí la gran historia de mi vida.

- ¿Eso es un sí entonces? –preguntó Daniel con la boca llena del último trozo de pan que se había metido.

- Despídete de tu minino –le contestó-, es probable que no volváis a veros en esta vida.

Y con un aura de mal genio revoloteando alrededor de ella, cogió su abrigo amarillo y salió al patio. El Maestro, por su parte, se sentó en el suelo con postura de meditación y cerró los ojos.

Dani se volvió hacia Dizzie que seguía tranquilo sobre la cama. El gato le devolvió una mirada inexpresiva propia de cualquier otro animal del Exterior.

- ¿Me has perdonado ya por lo que te dije anoche? –le preguntó Dani.

- No hay nada que perdonar –le respondió-. Puede que en parte tuvieras razón, pero solo en parte. También estoy preocupado por ti y por lo que pueda pasarte, me sentiré responsable por todo lo que te ocurra pues yo te hablé de este lugar y te lo metí en la cabeza. Si no te hubiera contado nada de Lontananza ahora no estaríamos aquí.

- No tienes que culparte de nada, Dizzie. Yo he tomado la decisión de quedarme y todo lo que me pase será porque yo así lo he querido. Regresa tranquilo.

- Daniel, entiende una cosa, yo no llegué a ti de forma casual. En esta vida hay un motivo para todo, y aunque no puedo revelarte el mío, créeme cuando te digo que Lontananza no es un lugar para ti.

- Nada de lo que me digas me hará cambiar de opinión.

- Si no vuelves, tu madre se morirá de pena.

Daniel se levantó de la silla y se acercó hasta donde el gato estaba sentado para coger una de sus patas entre las manos.

- No puedes permitir que eso ocurra –le dijo-. Esa es la promesa que quiero que me hagas antes de irte. Tienes que cuidar de Eleanor para que no le pase nada malo hasta que sea feliz de nuevo.
- Lo intentaré pero…

- Prométemelo, Dizzie.

El animal cerró los ojos vidriosos y asintió.

- Te lo prometo.