El soldado se detuvo un instante ante las puertas de la fortaleza con el sol
poniéndose a su espalda.
Sabía que llegaba tarde, pues la
nota de auxilio había sido escrita un mes atrás, pero le había sido imposible
regresar antes debido a las inclemencias del tiempo que azotaba la región.
Supo que algo iba rematadamente
mal en cuanto cruzó los portalones de la muralla. El jolgorio y el transitar de gente
habituales en la ciudadela habían sido sustituidos por un abrumador silencio y
una quietud insólita.
Caminó por la solitaria calle
adoquinada escuchando el eco de sus propias pisadas sobre la piedra. Las casas
estaban vacías y las puertas y contraventanas se batían ferozmente empujadas
por el viento. Un casco pasó rodando junto a él calle abajo. Le pareció distinguir
manchas de sangre reseca sobre su superficie metálica, pero bien podría haber
sido lodo o barro.
Echó la mano hacia la empuñadura
de su espada por instinto. No había ningún indicio que le hiciera temer un
enfrentamiento, pero sentía en sus huesos la tensión que se acumulaba en cada
uno de los rincones de la ciudadela.
El sol se ocultó de golpe y las
calles quedaron en penumbras.
Un grito desgarrador partió el
silencio y lo hizo estremecerse hasta la médula. Desenvainó su espada y corrió
calle arriba hacia el origen del sonido.
Llegó a una plaza desierta donde
se pudrían los restos de comida del último mercado, aún despachados sobre los
mostradores. Parecía como si todo el mundo se hubiera esfumado de golpe.
De uno de los tenderetes se elevó
una sombra. A juzgar por su tamaño el soldado dedujo que se trataba de una niña
pequeña. Se acercó hasta él tambaleándose como si necesitara ayuda. Habría
corrido a socorrerla de inmediato sino fuera porque vio que avanzaba con la
garganta desgarrada y uno de los brazos colgando de los tendones.
No podía ser que caminara, el
soldado estaba paralizado por el miedo, con
esas heridas debería estar muerta.
Por una de las calles de acceso a
la plaza apareció un hombre. Llevaba armadura igual que él y eso le dio la confianza que necesitaba.
- ¡Eh, amigo! –le gritó-. ¿Qué ha
pasado aquí?
Cuando se volvió hacia él vio la
flecha clavada en su cabeza que le atravesaba de lado a lado.
- ¡Oh, Jesús! –gimió el soldado.
Lo que allí estaba ocurriendo solo
podía ser obra del diablo. Se santiguó dos veces seguidas y giró sobre sus
talones para salir corriendo de aquel lugar maldito pero, al enfrentar de nuevo
la calle, vio una decena de ojos rojos que lo observaban con ansiedad. Olían a vísceras
y a muerte.
¡Qué siniestro!
ResponderEliminarLa verdad es que ha sido un relato triste desde el principio y me imaginaba por dónde iban a ir los tiros, ya me lo dejabas dicho, un mes de retraso desde la llamada de auxilio...
Pero sin duda alguna el final ha sido estremecedor, pobre soldado... Me temo que ya no queda mucho de él.
¡Espero leerte de nuevo pronto! :)
Un besín.
No, no creo que quedara mucho de él... Gracias por tus palabras Gema!! Creo que nos leeremos en breve ;)
EliminarGenial!!! Ha ido creciendo la inquietud y el temor con cada frase. Al final he notado hasta escalofríos...
ResponderEliminarMe ha encantado!
Un saludo!
Mil gracias Ramón!! Me hace mucha ilusión tu comentario! Un saludo!!
EliminarWow otra obra tuya y as cautivado mi atencion y admiracion . Buenisimo
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