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El interior era
sombrío y olía a humedad. Las cortinas impedían que la luz del día entrara en
la casa y contribuían a crear el ambiente opresivo que se respiraba dentro. El
suelo de madera crujía a cada paso; incluso a Dizzie, que habituaba a ser silencioso, le resultaba imposible no hacer ruido.
Entraron por la
cocina, donde una montaña de platos y vasos sucios se apilaba en el fregadero.
Las moscas habían hecho del lugar su casa, y su zumbido hacía aún más
deprimente la escena. Pasaron por una puerta estrecha hasta el recibidor, y allí
una escalera de largos peldaños se retorcía hacía el piso superior.
Dizzie hizo un gesto
con la cabeza para indicarle que deberían subir. Dani miró hacia arriba y la
respiración se le atragantó en el pecho. Una silueta alargada y escuálida se alzaba en el rellano al final de la escalera.
- ¿Qué haces ahí,
niño? ¿Quién eres?
La voz que habló
era quebradiza y temblaba. No se veía nada, tan solo unas manos nudosas y una boca sin dientes.
Miró a su lado pero
Dizzie se había esfumado.
La silueta del final
de la escalera comenzó a bajar con paso inseguro.
- ¿Que qué haces
ahí? –insitió- ¡Niño!
Daniel vio las uñas
largas que se deslizaban por la barandilla de madera y no pudo más. Gritó con
todas sus fuerzas y echó a correr hacia la salida. Atravesó el patio como una
exhalación y llegó a la calle antes de que el grito hubiera expirado en su
garganta.
Se inclinó y apoyó
las manos sobre las rodillas mientras recuperaba el aliento.
- Está embrujada –se
dijo Daniel con la respiración aún agitada-. Tengo que avisar a la chica del
abrigo amarillo de que su casa está embrujada.
Antes de marcharse
de allí miró a su alrededor en busca del gato montañés, pero no encontró ni
rastro de él. En lo que se fijó, sin embargo, fue en la furgoneta negra que
estaba aparcada al otro lado del callejón. El copiloto era el tipo de las gafas
con montura roja que había visto el día anterior.
Se preguntó qué
estarían haciendo allí.
Eleanor cortó en
trocitos pequeños el filete de ternera y se lo puso delante.
- Ya sé partirlo yo
solito –dijo Daniel.
- Ya lo sé, cariño
–le respondió su madre sentándose frente a su propio filete de ternera-, pero
me apetecía mimarte un poquito.
Daniel resopló, lo
último que le faltaba era convertirse en un niño mimado.
- ¿Qué has estado
haciendo esta tarde? –le preguntó Eleanor.
- He estado con Di..
–pero se detuvo a mitad de frase recordando la promesa que le había hecho al
gato-. Con Diego, es uno de mis nuevos amigos.
Se quedaron en
silencio un buen rato, sólo se escuchaba el repiqueteo de los cubiertos sobre
los platos. Fuera, el viento arreciaba con fuerza.
- ¿Y dónde vive tu
amigo Diego? –dijo Eleanor, volviendo de donde fuera que se hubiera ido.
- No lo sé
–respondió Daniel sin atreverse a mirarla a los ojos-. Cerca de aquí, supongo.
- Podrías invitarlo
a él y a sus padres algún día a cenar a casa.
- No creo que sea
una buena idea –le respondió pensando la manera de que su madre se olvidara del
asunto.
- ¿Y por qué no? –le
preguntó su madre visiblemente ofendida.
- Es que tienen
mucho dinero y servicio en su casa. Seguro que no se sienten cómodos aquí con
nosotros.
Eleanor no dijo nada
más. Se levantó de la mesa, recogió los platos y los llevó al fregadero para
lavarlos.
- Media hora de tele
y a la cama –le dijo sin volverse.
Por cómo le temblaba
la voz, Daniel supo que estaba llorando.
Cuando apagó la luz
de la habitación Dizzie salió de entre las montañas de cajas.
- ¿Dónde te habías
metido? –le preguntó Daniel enfadado-. Me dejaste solo con el monstruo que vive en esa casa. Además, he vuelto a mentir a mi madre por tu culpa y se ha
puesto a llorar.
- Tranquilo, Daniel –le dijo el gato muy serio. Sus ojos relucían amarillos-, no era un monstruo, tan solo una anciana. Tenía que investigar
y por eso me escabullí, pero ya encontré todo lo que necesitaba. Ahora puedo hablarte
de Bambala.
El cristal de la
ventana se fracturó como si le hubieran arrojado una piedra desde fuera, pero no llegó a
romperse, se quedó como un mosaico de figuras geométricas irregulares.
Daniel se sobresaltó
y se pegó a la pared opuesta.
- Está bien, está
bien –dijo Dizzie mirando hacia la ventana-. Ya hemos abusado demasiado de su
nombre mágico, a partir de ahora nos referiremos a ella por su nombre común: La
Tierra de Lontananza.
Daniel se sentó en
el suelo, expectante.
- Lontananza es la
tierra a la que yo pertenezco –comenzó el gato sin dejar de mirar por la
ventana-, una tierra de la que me expulsaron hace ya muchas Lunas y a la que no
puedo volver.
- ¿Por qué no?
Daniel habría jurado
que el gato estaba llorando. Sus ojos volvían a ser de un verde intenso.
- Porque tuve la
osadía de desobedecer las órdenes del rey y me acusaron de traición. Desde
entonces soy un fugitivo, si asomara mis bigotes por allí acabaría con mi
cuello en la horca.
- ¿Y quieres volver?
–le preguntó Daniel acercándose al animal y olvidando por completo el susto del
cristal roto.
- Lo anhelo con toda
mi alma.
- ¿Qué tiene de
especial ese lugar? –dijo Daniel.
- ¿Bromeas? –le dijo
Dizzie mirando al niño con los ojos muy abierto-. Lontananza es la tierra donde
todo es posible. Hay ríos de oro, la nieve sabe a fresa, las flores cantan leyendas, los
animales hablamos... Y lo más importante: la magia existe.
Daniel dejó escapar
un suspiro de admiración.
- Pero mi tierra
tiene un gran problema. El rey es un tirano y su mano derecha un asesino
despiadado. Tienen a la población esclavizada y sometida a un régimen opresivo falto de toda libertad. La gente pasa
hambre, Daniel, y aquel que se revela contra la tiranía es acusado de traición
y condenado a muerte.
- ¿Eso es lo que te
pasó a ti? –le preguntó.
- Quisieron que
entregara a mi propio hermano. Había rumores de que él era un rebelde y que
estaba promoviendo una revolución en contra del rey, me pidieron que fuera yo
quien lo delatara. Por supuesto me negué, no sería yo quien entregara a su propio
hermano, y por ello me acusaron de obstaculizar los planes de la Corona y de
simpatizar con rebeldes. Soy un fugitivo desde entonces, han puesto precio
a mi cabeza y la población pasa tanta hambre que nadie dudaría en entregarme a
cambio de un puñado de monedas.
- Lo siento mucho,
Dizzie – dijo Daniel acariciando con suavidad su lomo.
- Pero ella viene de
allí –dijo cambiando el tono de su voz, algo de emoción sustituyó a la
nostalgia.
- ¿Quién? ¿La chica
del abrigo amarillo?
Dizzie asintió.
- Sí, ella –comenzó
a mover el rabo con vitalidad-. Toda su casa huele a Lontananza y en su
habitación he visto polvo de erizo.
- ¿Qué es eso?
- El polvo de erizo
tiene propiedades curativas, se puede usar para sanar una amplia variedad de
enfermedades, pero sobre todo las que afectan a la memoria. Sólo se comercia
con él en Lontananza.
Daniel apenas parpadeaba.
- Es obvio que ella
entra y sale de Lontananza todos los días –continuó Dizzie-. Se va por la
mañana y regresa por la noche, pero no sé porqué. Tenemos que hablar
con ella, Daniel, necesito información sobre cómo sigue mi tierra, si sabe algo
de mi hermano…
- ¿Cómo se entra en
tu tierra, Dizzie?
- Hay numerosas
entradas repartidas por todo el mundo pero es imposible conocerlas todas. Cada una tiene una forma diferente y hay que conocer la contraseña que
abre la puerta de cada entrada. La que yo solía usar antes de que me viera
obligado a olvidarla estaba junto al lago de la Casa de Campo de Madrid; allí
un árbol mágico abría su tronco cuando se pronunciaba la palabra “Quimera”
entre las doce y las doce y cinco de la noche.
- No conoces la
entrada de este pueblo, ¿verdad?
Dizzie negó.
- Tampoco podría
usarla –suspiró.
Se quedaron en
silencio y entonces escucharon el quejido de la verja de la casa de al lado.
Ambos saltaron como un resorte hacia la ventana. Esta vez
pudieron ver cómo la chica del abrigo amarillo cruzaba el desértico patio y se
metía en casa.
- Ábreme la ventana
–pidió Dizzie.
Daniel le obedeció
tal y como había hecho la noche anterior.
- ¿Vas a hablar con
ella? –le preguntó.
- Sí –le respondió
cruzando al exterior-, tengo que preguntarle por Bambala.
El niño esperó que
algo más se rompiera, que un trueno retumbara a lo lejos o que una ráfaga de
viento derrumbara un árbol; sin embargo aquella vez no ocurrió nada.
El gato saltó hacia
el tejadillo del porche de al lado y se coló por una de las ventanas.
La furgoneta negra seguía
aparcada a un lado de la calle. Una luz se encendió dentro de la cabina y
Daniel pudo ver al hombre de las gafas de sol tomar notas en un cuaderno. A
pesar de ser completamente de noche, aquel tipo seguía con sus gafas puestas.
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Muy bien llevado y relatado, me ha encantado el principio y la magia de después. Un abrazo!!
ResponderEliminarMuchas gracias!!! Espero verte por aquí de nuevo y dejando tu granito de arena para alimentar mi imaginación ;)
EliminarUn saludo!
Excelente cuento Ángela, tienes todos los ingredientes para encantarles a niños y mayores, vaya que es para toda la familia. Felicidades. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Frank!! Me alegro de que te haya gustado :) :) Eso es lo que pretendo, una historia para todos los públicos jejeje
EliminarUn abrazo!!!
Me ha dado una penita la conversación de Daniel con su madre... Jo, ha sido un comentario excesivamente cruel, la verdad.
ResponderEliminarMe tienes intrigada, Dizzie no es que sea una criatura en la que confiaría, tiene sus cosas, pero Bambala... necesito saber más. También tengo curiosidad por el tipo de gafas rojas... Y pensar que necesito esperar hasta el Lunes...
Ains, espero que la espera no se me haga muy larga.
¡Un besín!
Jijijij!! Me alegro de despertar tu curiosidad, Gema!! Te espero el próximo Lunes para saber más sobre Bambala y el tipo de las gafas rojas ;)
EliminarCon Dizzie... nunca se sabe... él es así jeje
Un besote, guapa!
Cada capítulo me va dejando con ganas de más...¿Conoceremos Lontananza?, espero que si :)
ResponderEliminarSaludos
Hola Celeste, guapa! Muchas gracias por tu visita semanal ;)
EliminarBueno pues... como primicia te adelanto que sí, conoceremos Lontananza y sus criaturas!! Espero que las disfrutéis.
Un beso, guapa!!
Me uno a lo que dice Gema, no me fio mucho de Dizzie (no me fio mucho de los felinos en general, aunque por otro lado me encanten... jeje). La historia se pone cada vez más apasionante (si cabe) y siempre me dejas con ganas de saber más, ahora sobre Lontananza... Ays... Esperaremos hasta el próximo capítulo para la dosis... :-)
ResponderEliminarBesicos!!
jejeje!! Dizzie está inspirado en mi gato, Mesut, que también tiene esa mirada ambigua de la que no sabes si puedes fiarte... ya veremos por donde nos sale el amigo gatuno.
EliminarTe espero por aquí el próximo Lunes, Ramón!
Un besote!!
Uoooh!! Yo también quiero entrar y salir de Bambala!! Vamos... Que me encantaría ser una de sus habitantes!! *-* #SeSabe No sé... A mi Dizzie me gusta... De momento, el Gatete me cae bien... ^^
ResponderEliminarPero que el hombre no se quite la gafas? Jum! Mi imaginación señala que hay algo raro en su mirada, en sus ojos... ;)
Deseando leer el siguiente capi, Gaupi!!
Besis!! *-*
mmm... tu imaginación señala bien. El hombre de las gafas rojas tiene una peculiar "mirada"... Espero que sigas pasándote por aquí hasta desvelar ese "misterio" y todos los demás que están por venir!
EliminarUn beso guapa!!!
AquÍ está la magía, en Bambala? De ahí sacas tus mágicos cuentos... Claro, tenías que tener ayuda mágica. El mejor capítulo hasta ahora, esto va bien... Abrazaco!
ResponderEliminarJajajaja!! Ay! Me has pillado!! Todas las noches entro y salgo de Bambala para robar su magia y plasmarla en este blog jijijiij...
EliminarMe alegro que cada vez te gusten más, a ver si sigue en aumento!!
Muchas gracias por pasarte!
Un abrazo, Miguel!! :)
Hola Angela, muy entretenido, me imagino entrando en ese árbol mágico a la medianoche jejeje.
ResponderEliminarSaludos.
Me alegro mucho de que haya gustado, Alejandra! Un besazo guapa!
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